Smarphones
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Por Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial.
La reunión anual del Foro Económico Mundial de este año se realiza en medio de buenas noticias para la economía mundial. Como señalamos en la edición de este mes en el informe Perspectivas económicas mundiales, el pronostica que, por primera vez desde la crisis financiera, la economía mundial funcionará a plena capacidad o próxima a ella.

Esperamos que en las economías avanzadas el crecimiento se modere ligeramente, pero que en los mercados emergentes y los países en desarrollo el crecimiento se consolide hasta alcanzar el 4,5 % este año.

El crecimiento mundial constituye una buena noticia en el marco de la lucha para poner fin a la pobreza e impulsar la prosperidad compartida en todo el mundo. Sin embargo, hay unas cosas que estamos observando que me desvelan.

Primero, las aspiraciones están aumentando a lo largo de todo el mundo. En casi todos los sitios que visito, veo personas usando sus teléfonos inteligentes y, gracias a internet y los medios sociales, ellas pueden saber cómo viven los demás.

Nuestra investigación indica que a medida que las , su ingreso de referencia — es decir, aquel con el que cada persona compara su propio nivel de ingresos— empieza a crecer, generando un aumento de las aspiraciones. Y el acceso a internet está en auge.

A fines de 2015, en África había 226 millones de teléfonos inteligentes con conexión a internet. Para 2020, ese número se triplicará hasta llegar a 750 millones. A fines de 2025, según cálculos de algunos estudios, 8,000 millones de personas tendrán en todo el mundo.

El aumento de las aspiraciones es algo positivo para el mundo. Las aspiraciones, vinculadas con las oportunidades, pueden generar dinamismo y un crecimiento económico sostenible e inclusivo. No obstante, me preocupa el hecho de que, como sugieren las investigaciones, si las aspiraciones se entrecruzan con frustración los países podrían seguir la senda de la fragilidad, los conflictos, el extremismo y la migración.

Segundo, la innovación se acelera y la tecnología transforma prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas. Lo vemos en nuestros esfuerzos de desarrollo: ahora estamos usando drones para cartografiar el archipiélago de Zanzíbar y crear un registro digital de los bienes raíces nacionales, e imágenes satelitales para identificar los cortes de electricidad que se producen en decenas de miles de aldeas en Asia meridional.

Las nuevas tecnologías nos proporcionan más y mejores datos, así que podemos saber qué funciona y aumentar nuestros esfuerzos en todo el mundo.

Pero la tecnología está también cambiando la naturaleza del trabajo. No sabemos exactamente cuáles serán las características del futuro del trabajo. No obstante, sabemos que la automatización sustituirá muchas tareas, lo que a su vez eliminará muchos de los empleos menos complejos y menos especializados. Los puestos de trabajo que subsistan, y los nuevos que se creen, requerirán aptitudes nuevas y más sofisticadas. De acuerdo a algunos estudios, hasta el 65 % de los niños matriculados actualmente en la educación primaria trabajará en empleos o campos que aún no existen.

En un informe dado a conocer en diciembre pasado (PDF, en inglés) por el McKinsey Global se concluyó que aproximadamente la mitad del total de empleos corre el riesgo de ser automatizado, y eso es solo con las tecnologías que existen hoy. Tal como Rob Nail, uno de los principales intelectuales en el ámbito tecnológico, me dijo recientemente: “Hoy es el día en que veremos menos innovación en lo que nos queda de vida”.

Tercero, mientras las aspiraciones aumentan y la tecnología cambia la naturaleza del trabajo, enfrentamos una crisis en materia de educación. En nuestro Informe sobre el desarrollo mundial de 2018 se sostiene que más de 250 millones de niños no saben leer ni escribir en todo el mundo, a pesar de asistir a la escuela, y alrededor de 264 millones de niños no se matriculan en la escuela primaria ni secundaria.

Los países no podrán competir en la economía del mañana a menos que inviertan mucho más, y de manera más efectiva, en su gente; en particular en salud y educación, sectores que desarrollan el capital humano. Pero la manera en que financiamos la salud y la educación presenta fallas. Con demasiada frecuencia, jefes de Estado y ministros de Finanzas están dispuestos a invertir en su gente solo a través de donaciones o en préstamos en condiciones concesionarias.

Demasiados jefes de Estado y ministros de Finanzas nos dicen: “Primero promoveremos el crecimiento de nuestras economías, y después invertiremos en nuestra gente”. Necesitamos cambiar el sistema y crear demanda para inversiones mucho mayores en las personas.

Para colaborar en la solución de esta crisis y apoyar a los países en su preparación para un futuro incierto, iniciamos el otoño pasado el Proyecto de Capital Humano, un esfuerzo acelerado destinado a ayudar a los países a invertir en salud y educación.

 Estamos trabajando con algunos de los principales economistas dedicados al tema de la educación y la salud en el mundo para arrojar luz sobre la manera en que los países invierten —y con demasiada frecuencia, no invierten lo suficiente — en la salud y la educación de los jóvenes a fin de desarrollar el acervo de capital humano de la próxima generación.

Con el tiempo, el Proyecto de Capital Humano incluirá una clasificación, que esperamos incentivará a los países a invertir mucho más en salud y educación. El análisis y los datos del proyecto nos ayudarán también a asesorar a los países respecto de las áreas donde invertir los recursos para obtener el mayor impacto en los resultados de salud y educación.

Ya estamos observando algunas conclusiones sorprendentes en el ámbito educativo. Al analizar información de la principal base de datos sobre , cuyos datos son comparables en el plano mundial y abarcan más del 90 % de la población del mundo, hemos cuantificado el grado en que el mismo número de años de escolaridad conduce a enormes diferencias en los resultados de aprendizaje en distintos países. Como lo dicen nuestros economistas: los datos indican que un año de escolaridad tiene mucho más valor en algunos países que en otros.

Con estos nuevos análisis y datos, el Proyecto de Capital Humano ayudará a los países a mejorar sus sistemas educativos, y estamos realizando una tarea similar para aumentar las inversiones en salud.

Si no actuamos ahora, no solo no lograremos nuestros objetivos de poner fin a la pobreza extrema e impulsar la prosperidad compartida, también la paz, la estabilidad y la prosperidad podrían verse amenazadas en muchas partes del mundo. Si invertimos los recursos apropiados en la gente, con el sentido de urgencia que exige esta crisis, podemos crear igualdad de oportunidades, aprovechar el poder de la innovación y acercarnos más a la meta de asegurar que el sistema de mercado mundial genere beneficios para todos.