Puede que no lo admitan, pero Argentina y el FMI tienen cosas en común. Ambos están bajo una nueva administración. El presidente Alberto Fernández asumió el cargo en diciembre, dos meses después de que Kristalina Georgieva se convirtiera en directora del fondo. Ambos líderes quieren limpiar el desorden que heredaron. Argentina no ha prosperado después de décadas de atracones de deuda. El FMI ha rescatado al país una y otra vez.
El rescate más reciente y fallido, en el 2018, fue la vigésimo primera (21ª) vez que se ha involucrado en el país. Ahora se están llevando a cabo conversaciones para resolver las finanzas de Argentina una vez más. Están en juego las perspectivas de 45 millones de argentinos, una montaña de dinero y la credibilidad de la misión de Georgieva de reinventar el FMI.
El FMI es el mayor acreedor de Argentina y posee US$ 44,000 millones del fajo de deuda externa de US$ 100,000 millones que Argentina quiere renegociar. La semana pasada, el fondo dejó en claro que la deuda del país es insostenible. El endeudamiento se acerca al 90% del PBI. El país se está recuperando de la caída del peso, la reducción de las reservas y una amarga recesión. El ajuste de cinturón requerido para pagar todas las deudas no fue "económica ni políticamente factible", dijo el fondo.
Lo que se desprende de esto, –y en lo que el fondo y la Argentina coinciden- es en el golpe a los acreedores privados que a lo largo de los años han sido tan crédulos como los votantes argentinos y los tecnócratas del FMI. En el 2017, por ejemplo, se apilaron en bonos soberanos argentinos de 100 años recién emitidos que ahora valen solo 43 centavos por dólar.
Se espera que el gobierno haga una propuesta formal de restructuración de la deuda el mes próximo. Algunos acreedores se quejan y dicen que el fondo debería compartir una mayor parte del golpe y recortar también una parte de sus acreencias.
Pero el trabajo del fondo es prestar cuando otros no lo harán. Por lo tanto, tiene derecho a insistir en que le paguen incluso cuando a otros no. Si tiene éxito, la restructuración debería llevar a una reducción del capital e intereses de entre 10 y 20% del PBI.
Argentina aún necesitará un nuevo préstamo del FMI para que le ayude a pagar el anterior. Pero ha descartado ingresar al tipo de programa especial que el FMI ha reservado tradicionalmente para países que son crónicamente incapaces de vivir dentro de sus posibilidades. En el pasado, estos programas implicaban préstamos a largo plazo, pero también demandas exigentes de austeridad en casa.
En cambio, Argentina ha estado haciendo lobby al fondo y los ministros de Finanzas del G7 por un enfoque más blando que priorice el crecimiento. Esto concuerda con las ambiciones de Georgieva de rehacer el FMI: en vez de ser el duro disciplinador de las finanzas globales, ella quiere ayudar a los países pobres a crecer a largo plazo.
El problema es que muchos gobiernos argentinos, acreedores y funcionarios del FMI apostaron a que el crecimiento restablecería la salud de la economía argentina y han sido defraudados. El FMI debería evitar imponer innecesarias humillaciones o sufrimientos a la Argentina, pero también debe evitar caer en el engaño de que de repente se convertirá en una próspera economía emergente.
Georgieva debería adoptar un enfoque dual. Primero, en lugar de hacer numerosas demandas detalladas, el Fondo simplemente debe fijar unas pocas metas duras sobre el déficit fiscal y la inflación y dejar que el gobierno vea cómo satisfacerlas: creciendo más rápido, si es posible, o ajustándose los cinturones. En segundo lugar, el fondo debe proporcionar consejos sinceros. La inflación argentina, que superó el 50% anual, no puede ser domada solamente con controles de precios y presionando a los sindicatos.
Las perspectivas de crecimiento de Argentina mejorarían si el gobierno gastara menos en pensiones, funcionarios y subsidios de energía y más en inversión. El crecimiento se beneficiaría si los impuestos fueran más favorables a las exportaciones y las leyes laborales fueran menos hostiles a la contratación.
Si tanto Argentina como el FMI quieren darle una oportunidad al crecimiento, tienen que decirse verdades duras. Crucemos los dedos, que la 22ª vez será la vencida.