La recesión de este año es quizás la más cuantificada de la historia. Para medir la intensidad del colapso económico y el ritmo de la recuperación, economistas, empresas y estadísticos han recurrido a un conjunto de indicadores poco conocidos. Los inversionistas esperan impacientes data de movilidad generada por compañías tecnológicas como Apple o Google, o de reservas en restaurantes que recoge OpenTable, tal y como antes aguardaban estimaciones oficiales de inflación y desempleo.
Analistas de bancos de inversión y periodistas pregonan nuevos barómetros de la actividad económica de la misma forma en que los hípsters discuten sobre grupos musicales. Quienes prefieren esperar las cifras oficiales son vistos como si fuesen fans del grupo de rock U2: varados en el pasado mientras que el resto del mundo ha avanzado.
El principal atractivo de la data en tiempo real tanto para gobiernos como inversionistas es la rapidez. Mientras que las estadísticas oficiales (“data dura”), tales como inflación, empleo o producción, tienden a ser publicadas con semanas de retraso, incluso meses, la otra puede ofrecer una vista de las condiciones económicas actuales. La profundidad de las recesiones inducidas por el covid-19 les ha otorgado mayor valor.
La data dura destaca por su calidad, pero esta se ha perjudicado durante la pandemia. Ha habido dificultades en la compilación de cifras laborales y de producción -para las empresas, llenar esos formatos habría pasado al último lugar de sus prioridades-. En países con estadísticas oficiales poco fiables, los economistas no tienen más remedio que ampararse en indicadores alternativos. Pero en países ricos, las cifras oficiales siguen siendo referentes de información económica de alta calidad.
En general, las metodologías usadas para construirlas son transparentes y con trayectorias de décadas, a lo largo de distintos ciclos económicos. No se puede decir lo mismo de muchos indicadores de moda, por ejemplo la movilidad, que ha acaparado la atención de los mercados financieros. Si bien su nivel de granularidad posibilita una mirada detallada de los patrones de viajes, no es una aproximación de toda la actividad económica -muestran que más gente está regresando al trabajo pero no si previamente hacían teletrabajo o si estuvieron sin empleo-.
Además, tanto Apple como Google presentan sus cifras con relación a enero. Ello pudo tener sentido en febrero y marzo, pero no ahora. Según sus recientes reportes, las visitas a tiendas no alimenticias en algunos países europeos superan las de enero, pero el consumo es estacional y eso debe ser tomado en cuenta. Se podría pensar que las transacciones con tarjetas de débito y crédito proporcionan una mejor estimación del gasto familiar, pero el aumento de su uso podría responder al reemplazo de las transacciones en efectivo, a fin de evitar la propagación del virus.
Indicadores en tiempo real más acotados, como comensales en restaurantes u ofertas de empleo posteadas en sitios web de reclutamiento, brindan una medición precisa de la actividad en nichos de la economía. Pero son de utilidad limitada para los funcionarios gubernamentales que intentan ver el panorama completo.
Parte del problema es que la mayoría de los indicadores en tiempo real se enfocan en el gasto del consumidor, y aunque el gasto familiar es el mayor componente del PBI, los más pequeños y volátiles son los que tienden a conducir el ciclo económico. Es el caso del gasto de capital de las empresas, cuya medición en tiempo real es más complicada que las visitas a restaurantes -pero mucho más importante para el desempeño económico total-.
El valor de los indicadores en tiempo real será puesto a prueba cuando las fluctuaciones en la actividad económica alcancen una magnitud más normal. Las cifras de movilidad de marzo y abril previeron la escala del colapso del PBI, pero eso pudo haberse estimado con la misma facilidad con solo salir y mirar alrededor -por lo menos en lugares donde estaba permitido hacerlo durante la cuarentena-.
En países ricos, quienes realizan proyecciones están más acostumbrados a discutir sin parar sobre si las economías crecerán a tasas anuales de 2% o 3%, a que si la producción se contraerá 20% o 30% en un trimestre. Las mediciones en tiempo real ya han decepcionado antes. Por ejemplo, el 2016, inmediatamente después de la votación en Reino Unido para abandonar la Unión Europea, los indicadores analizados por economistas apuntaron a una fuerte desaceleración, la cual nunca ocurrió.
Pero en lo que va de este año, cuando la data en tiempo real ha sido utilizada con cuidado, ha sido un complemento útil para las estadísticas oficiales. Con un poco de suerte, los mejores entre los nuevos indicadores ayudarán a los estadísticos oficiales a mejorar la calidad y pertinencia de sus cifras. Pero casi como sucede con U2, los cálculos oficiales han estado presentes por mucho tiempo gracias a su fórmula probada y comprobada -y es probable que permanezcan durante más tiempo-.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020