Al inicio, pareció que el covid-19 golpearía menos a los países pobres que a los ricos, pero no fue así. Proyecciones realizadas por el FMI en abril indican que el crecimiento de la economía estadounidense, este año, sobrepasará el del mundo emergente, donde la pandemia continúa devastando lugares como Brasil e India. Es probable que el crecimiento del PBI de países pobres se rezague incluso más.
Más preocupante aún es que la pandemia podría reconfigurar la economía global de un modo tal que dificultaría la convergencia de ingresos hacia los del mundo avanzado. Las malas perspectivas de los países pobres complicarían el manejo de crisis futuras, desde pandemias hasta el cambio climático.
Hace años, hubo economistas que estimaban que los ingresos en economías pobres alcanzarían, de manera natural, a los de las avanzadas basados en la experiencia de Europa en los siglos XIX y XX, cuando los rezagados alcanzaron al industrializado Reino Unido (y con frecuencia lo superaron). Se creía que los países atrasados podrían aprovechar el know-how de los líderes y su limitada base de capital prometía cuantiosos retornos a los inversionistas.
Entre 1985 y 1995, la brecha de ingresos per cápita entre el mundo emergente y el avanzado aumentó 0.5% anual, según un nuevo artículo de Michael Kremer, Jack Willis y Yang You, de las universidades de Chicago, de Columbia y de Hong Kong, respectivamente. Pero entre el 2005 y el 2015, se redujo 0.7% anual. La desaceleración en el mundo rico ayudó, pero más importante fue una aceleración generalizada en el pobre.
Además, según un estudio de Dev Patel, de Harvard, y Justin Sandefur y Arvind Subramanian, del Centro para el Desarrollo Global, la porción de economías en desarrollo viviendo crisis económicas se redujo: en los años 80, el 42% de países de bajos ingresos registró caídas de su PBI, en las últimas dos décadas, solo el 16%. Este viraje tuvo enormes consecuencias en asuntos como la pobreza global, que disminuyó durante la pasada generación, y la geopolítica.
Los economistas aún no están seguros por qué el crecimiento alzó vuelo y, por tanto, bregan para analizar cuán probable es que la convergencia continúe. Incluso antes de la pandemia, había tendencias confusas: a medida que transcurría la década del 2010, la convergencia se diferenció geográficamente. Los ingresos de economías emergentes de Asia y Europa siguieron ganando terreno respecto de Estados Unidos, pero en torno al 2013, América Latina, Medio Oriente y África subsahariana comenzaron a rezagarse.
La caída del PBI real per cápita el año pasado, borró una década de mejoras del ingreso en esas tres regiones. Algunos países podrían recuperarse rápidamente, aunque la lentitud de la vacunación y las continuas olas complican la situación. El alza de precios de commodities podrían impulsar a los exportadores de materias primas. Además, los países en desarrollo se han vuelto más económicamente resilientes.
Kremer y sus coautores examinaron 32 indicadores de la calidad de gobernanza, política macroeconómica y desarrollo financiero, y hallaron que en 29, el desempeño mejoró más en países pobres que en ricos entre 1985 y el 2015. La convergencia también ocurrió en indicadores de cultura, tales como encuestas de actitudes hacia inequidad y trabajo. Al haberse vuelto más parecidos a los países ricos, podría ser más factible que en el pasado que los pobres mantengan un crecimiento estable, como suele ocurrir en economías avanzadas.
No obstante, otros factores que impulsaron el crecimiento en las décadas del 2000 y el 2010 no podrán repetirse fácilmente –como el rápido desarrollo de China y la explosión del comercio internacional asociada a la expansión de las cadenas de suministro globales–. Hoy, las inquietudes del mundo rico respecto de la fiabilidad de las cadenas de suministro, exacerbadas por cuellos de botella logísticos que están asediando la economía global, podrían provocar alguna retracción comercial.
Quizás lo más preocupante sea la posibilidad de que el trauma de la pandemia genere inestabilidad política y social, en particular en las regiones rezagadas, minando las bases de un crecimiento estable. Los países pobres no pueden permitirse ese retroceso. Es que incluso al ritmo de convergencia de las últimas dos décadas, el país en desarrollo promedio necesitaría 170 años para reducir su brecha de ingresos a la mitad, señalan Patel y sus coautores.
El crecimiento reciente no ha reducido mucho la dependencia en la benevolencia del mundo rico, como lo demuestra la vacunación. Y los costos del cambio climático están al acecho. La rápida expansión de inicios de este siglo alentó a los gobiernos desarrollados a ver a los países en desarrollo más como mercados lucrativos o rivales estratégicos que como obras benéficas.
Pero estos lugares siguen siendo más vulnerables a crisis. Y con cada crisis, se hace más difícil lograr un crecimiento estable. La política gubernamental del mundo rico, desde comercio hasta ayuda, debe tenerlo en cuenta.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021