Esos europeos revoltosos

Redacción Gestión

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Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

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Los franceses se están rebelando. También los griegos, y ya era hora. Ambos países tuvieron elecciones el domingo, que en efecto fueron referendos sobre la estrategia económica europea, y en ambos los votantes le bajaron los pulgares. Todavía no está claro qué tan pronto los votos conducirán a cambios en la política macroeconómica, pero sí es claro que el tiempo se está agotando para la estrategia de recuperación mediante austeridad, lo cual es bueno.

No es necesario decir que eso no es lo que se oyó decir a los sospechosos de siempre los días previos a las elecciones. De hecho, fue algo divertido ver a los apóstoles de la ortodoxia intentar retratar al cauto y apacible François Hollande como una figura amenazante. "Es bastante peligroso", declaró The Economist, señalando que el nuevo presidente electo francés "cree genuinamente en la necesidad de generar una sociedad más justa". Quelle horreur! (¡Qué horror!).

Lo cierto es que la victoria de Hollande marca el final de "Mercozy", el eje franco-alemán que ha implantado el régimen de austeridad los últimos dos años. Se trataría de un paso "peligroso" si dicha estrategia estuviera funcionando o al menos tuviese una perspectiva razonable de que funcionará, pero no es así, de modo que es momento de cambiar. Y resulta que los votantes europeos saben más que los mejores y más brillantes en el Viejo Continente.

¿Qué está mal en la receta de recortar el gasto fiscal como remedio para los males de Europa? Una respuesta es que el "hada de la confianza" no existe. Es decir, la afirmación de que la reducción del gasto animaría a los consumidores y las empresas a gastar más ha sido abrumadoramente refutada por la experiencia el último par de años. La verdad es que esos recortes no hicieron más que empeorar la situación de las economías europeas deprimidas.

Más aún, parece que no se ha ganado mucho a cambio del dolor. Consideremos el caso de Irlanda, que ha sido un buen soldado en esta crisis pues impuso una austeridad mucho más dura, en un intento por ganar de vuelta el favor de los mercados de bonos. De acuerdo con la ortodoxia predominante, eso debió funcionar y de hecho las ganas de creer son tan fuertes que los miembros de la élite política europea siguen proclamando que la austeridad irlandesa sí ha funcionado y que su economía ha comenzado a recuperarse.

Pero no es así y, aunque gran parte de la prensa no lo publique, los costos de endeudamiento de Irlanda se mantienen mucho más altos que los de España o Italia, sin mencionar los de Alemania.

¿Y cuáles son las alternativas? Una respuesta —que tiene más sentido de lo que casi nadie en Europa está dispuesto a admitir— sería romper con el euro. El continente no estaría en esta situación si Grecia tuviese su dracma, España su peseta, Irlanda su libra, etcétera; porque Grecia y España tendrían lo que ahora carecen: una forma rápida para restaurar su competitividad en costos e impulsar sus exportaciones, o sea, podrían devaluar.

Como contrapunto al triste caso de Irlanda, consideremos el de Islandia, que fue la zona cero de la crisis financiera pero fue capaz de responder devaluando su moneda, la corona (y además tuvo el coraje de dejar que sus bancos colapsen y no paguen sus deudas). Y ahora Islandia está experimentando la recuperación que se suponía que Irlanda iba a tener.

Claro que romper con el euro sería altamente problemático y además representaría una enorme derrota para el "proyecto europeo" —el prolongado esfuerzo por promover la paz y la democracia a través de una mayor integración. ¿Hay otra manera? Sí; y los alemanes han demostrado cómo puede funcionar, pero desafortunadamente no entienden las lecciones de su propia experiencia.

Hable con cualquier líder de opinión alemán sobre la crisis del euro y le indicará que su economía estaba inactiva durante los primeros años de la década pasada pero que fue capaz de recuperarse. Lo que no les gusta reconocer es que esa recuperación fue impulsada por la generación de un enorme superávit comercial, comparado con los de otros países europeos, en particular con los que ahora están en crisis, que estaban creciendo y experimentando una inflación por encima de lo normal debido a que había bajas tasas de interés.

Esos países podrían ser capaces de emular el éxito de Alemania si enfrentasen un entorno comparablemente favorable —es decir, si esta vez fuese el resto de Europa, especialmente Alemania, el que estuviese experimentando un poco de alta inflación.

Por ello, la experiencia alemana no es, como los alemanes imaginan, un argumento para la austeridad unilateral en el sur de Europa. Es un argumento para políticas mucho más expansionistas en todos lados, en particular para que el Banco Central Europeo (BCE) abandone su obsesión con la inflación y se enfoque en el crecimiento.

Como es de esperarse, a los alemanes no les agrada esta conclusión, ni tampoco a los líderes del BCE. Ellos se aferrarán a sus fantasías de que la prosperidad se logra con dolor e insistirán en que la continuación de sus políticas fallidas es lo único responsable. Pero ahora parece que ya no tendrán el respaldo incuestionable del Palacio del Eliseo. Y créanlo o no, eso significa que ahora el euro y el proyecto europeo tienen una mejor oportunidad de sobrevivir que hace algunos días.

Antonio Yonz MartínezTraducción

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