En esta foto de archivo tomada el 11 de septiembre de 2001, un avión comercial secuestrado se estrella contra el World Trade Center en Nueva York. (Foto: SETH MCALLISTER / AFP)
En esta foto de archivo tomada el 11 de septiembre de 2001, un avión comercial secuestrado se estrella contra el World Trade Center en Nueva York. (Foto: SETH MCALLISTER / AFP)

El 11 de septiembre de 2001, en menos de dos horas, las torres del World Trade Center fueron reducidas a una montaña de polvo y acero incandescente, el Pentágono quedó destruido y casi 3.000 personas perdieron la vida.

El feroz ataque ha quedado grabado en la memoria de los estadounidense y, 20 años después, se aprecia el impacto en el mundo en 5 aspectos que reseña la .

Un nuevo tipo de guerra

“Nuestra guerra contra el terror comienza con Al Qaeda, pero no finaliza allí. No terminará hasta que cada grupo terrorista de alcance global haya sido encontrado, detenido y derrotado”, dijo el 20 de septiembre de 2001 el presidente George W. Bush en un discurso ante el Congreso estadounidense, dando inicio a un nuevo tipo de guerra, global, sin fronteras.

Entonces, se iniciaba la “guerra global contra el terrorismo”. Un año más tarde el gobierno de Estados Unidos anunció su disposición de hacer frente a potenciales amenazas de grupos terroristas a través de ataques preventivos que podrían ejecutarse sin que existiera una amenaza inminente.

En las últimas dos décadas, las fuerzas de Estados Unidos han luchado o han participado en operaciones de combate en, al menos, 24 países.

El islamismo radical se hizo global

Ni la muerte de Osama bin Laden o que la guerra en Afganistán logró arrebatarle a Al Qaeda su santuario hizo retroceder a los islamistas radicales, todo lo contrario, aumentó tras el 11-S.

El Council on Foreign Relations (CFR) publicó que entre 2019 y 2020, Al Qaeda y sus grupos afiliados tenían presencia en unos 15 países y disponían de más de 25.000 militantes.

Varias localidades han sufrido acciones mortales que han sido vinculadas con militantes o seguidores de organizaciones radicales islamistas, entre ellas Bali, Moscú, Madrid, Londres, Mumbai, Nairobi, Peshawar, París, Sousse Beach, Beirut, Bruselas, Dacca, Niza, Estambul, Barcelona y Marsella.

El auge de la islamofobia

El atentado del 11-S generó un incremento de la islamofobia en Estados Unidos. En los meses que siguieron al atentado, los crímenes de odio contra musulmanes se dispararon en el país de 28 en el año 2000 a 481 en 2001, según datos del FBI.

Según apunta , una encuesta realizada en 2017, encontró que 48% de los musulmanes consultados en Estados Unidos decían haber sufrido algún tipo de acción de este tipo por razones religiosas durante el último año.

“La islamofobia erige constructos imaginarios en torno a los musulmanes que son usados para justificar la discriminación avalada por el estado, la hostilidad y la violencia contra los musulmanes”, señala un estudio del Centro Pew realizado en 2016.

El (des)balance entre seguridad y privacidad

“El equilibrio entre privacidad y seguridad nacional cambió de forma notable tras el 11-S. Con la aprobación de la Ley Patriota en octubre de 2001, los funcionarios del gobierno obtuvieron una nueva autoridad para vigilar posibles amenazas”, escribieron los expertos Darrell M. West y Nicol Turner Lee en un análisis publicado por el Brookings Institution, un centro de estudios con sede en Washington D.C.

El uso de estas nuevas capacidades de vigilancia fue denunciado en 2013 por Edward Snowden, un excontratista que trabajó para la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos y que filtró a la prensa documentos secretos que ponían al descubierto estas operaciones. Este programa de vigilancia fue determinado por una corte federal, en 2020, como ilegal y probablemente inconstitucional.

El retroceso en la defensa de los derechos humanos

Tras el ataque del 11-S, por temor se comenzó a justificar el uso de los duros métodos de interrogatorio aplicados por autoridades estadounidenses, pero considerados como torturas por los defensores de derechos humanos.

“Una consecuencia de la guerra contra el terror post 11-S es que el contraterrorismo se ha convertido en un pretexto aceptado globalmente para otras políticas no relacionadas. China y Rusia lo usan con frecuencia para justificar acciones contra la oposición, activistas, minorías; o para intervenciones en otros países”, señaló en un análisis Patrycja Sasnal, jefa de Investigación del Instituto Polaco de Relaciones Internacionales.