guerra comercial
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Por  David Fickling

En las discusiones sobre la política de Estados Unidos es común lamentar la forma en que el presidente Donald Trump ignora en general los detalles y es propenso a precipitar decisiones basadas en su instinto.

En el caso de las batallas comerciales que van y vienen con China, esa tendencia es un activo, no un pasivo. Son los expertos en políticas muy versados de quienes el mundo debe preocuparse.

Durante gran parte de esta semana, las tensiones comerciales parecieron estar en suspenso, mientras la atención se movía hacia Siria y la investigación de Mueller y las insulsas concesiones en un discurso del presidente Xi Jinping parecieron apaciguar a su contraparte estadounidense.

El alto al fuego parece haber terminado. Casi junto con la noticia de que Trump instruyó a sus asesores evaluar el reingreso al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) que criticó durante su candidatura, el Wall Street Journal informó que el Departamento del Tesoro y la Oficina del Representante de Comercio de EE.UU. planean formas de volver a aumentar la presión sobre Pekín:

... el Departamento del Tesoro está elaborando prohibiciones estrictas a la inversión china en tecnología avanzada estadounidense, ya sea a través de adquisiciones, empresas conjuntas, licencias o cualquier otro acuerdo, según un alto funcionario de la administración. La agencia apunta a las subvenciones de China a las industrias nacionales para convertirlas en los llamados campeones tecnológicos nacionales, dijo el funcionario.

Eso confirma un conjunto de quejas similares a las planteadas en el informe que presentó en enero al Congreso el Representante Comercial Robert Lighthizer sobre el cumplimiento de las normas de la Organización Mundial del Comercio por parte de China. El informe estaba plagado de críticas al papel de Pekín en la economía y la política industrial que guía su plan “Made in China 2025”, un plan de acción para aumentar la innovación autóctona en industrias tecnológicas clave.

Lighthizer, abogado especializado en comercio que peleó con los negociadores japoneses en la década de los ochenta, tiene algunos motivos para allanar esas quejas. Como argumentó Gadfly el mes pasado y mi colega Tim Culpan escribió esta semana, las afirmaciones de China de que es un bastión de libre comercio en realidad provocan risa. Pero aquellos que libran guerras deben preguntar no solo si sus conflictos son justificados, sino que si se pueden ganar.

Ese es el riesgo en la situación actual. El centro de la queja sobre el régimen comercial de China de los más sabios en EE.UU. es que el apoyo a las empresas estatales y la política industrial del Gobierno son incompatibles con las afirmaciones de ser una economía de mercado y, por lo tanto, con la adhesión a la OMC.

Pero en Europa, India y otras partes del mundo se ha hecho la vista gorda a ese dirigismo, mientras el propio EE.UU. emplea a más de 800.000 personas en empresas estatales.

El atractivo político no se puede basar en una promesa de ejercer poder estatal para traer empleos de obreros y operarios de regreso a EE.UU., y luego quejarse de que otros países tienen sus propias políticas industriales.

Lo que la economía mundial necesita en este momento es dejar el empecinamiento de la guerra comercial que ha sacudido a los mercados financieros durante los últimos tres meses. Con su impaciencia, despreocupación por los detalles y el deseo de buscar victorias políticas fáciles, el presidente Trump puede ser la persona perfecta para llegar a un acuerdo con su "amigo" Xi.

Sin embargo, lo que los mejores y más brillantes en Washington quieren es mucho más radical: que Xi renuncie al control sobre la economía en un momento en que acaba de obtener la mayor consolidación del poder de cualquier líder chino en décadas.

Lo que consideran una reforma atrasada de las relaciones comerciales es, para el Partido Comunista chino, un problema existencial, y los funcionarios de comercio estadounidenses probablemente sobreestiman la capacidad de EE.UU. de prevalecer si el conflicto empeora.

Xi ve el destino de China como vengar la "humillación y tristeza" que siguió a las guerras del opio del siglo XIX, la última vez que Pekín cedió a la intimidación extranjera para abrirse al libre comercio. Frente a ese adversario, deberíamos esperar que la ignorancia y fanfarronería en la Oficina Oval triunfe sobre el extremismo de los sabios asesores del presidente.