En su nuevo libro sobre cómo corregir la desigualdad, el economista francés Thomas Piketty puede haber ido muy lejos con su propuesta de un impuesto de 90% a la riqueza para los multimillonarios, pero los impuestos a las grandes fortunas pueden tener sentido. Bill Gates, la segunda persona más rica del mundo, así lo cree. Su argumento deja claro por qué los gobiernos deberían hacerlo.
Gates dijo en una entrevista con Bloomberg que "no se opondría" a un impuesto a la riqueza, aunque no cree que EE.UU. lo establezca. Como alternativa, propuso elevar el impuesto estatal a 55% para la categoría superior, en comparación con el 40% actual.
Como están las cosas, el valor neto de Gates aumentó US$ 16,000 millones este año, a US$ 106,800 millones (de acuerdo con el índice de multimillonarios de Bloomberg). Dona mucho dinero cada año. Él y su esposa han donado más de US$ 36,000 millones a la fundación Bill y Melinda Gates desde 1994, aunque las contribuciones de la pareja al fideicomiso que financia las actividades de la fundación fueron relativamente pequeñas en el 2018, con US$ 43.9 millones (en el 2017 aportaron US$ 4,700 millones en acciones y efectivo).
A pesar de su generosidad y un enfoque sobrio y orientado a las metas de su filantropía, la familia del fundador de Microsoft no puede operar programas a la misma escala que el gobierno de un país rico, aunque posea recursos comparables con los de un país. Los gastos de la fundación llegaron a US$ 4,800 millones en 2018 (en el extremo más bajo de su rango habitual de US$ 4,500 millones y US$ 6,500 millones); eso equivale a aproximadamente el tamaño del gasto gubernamental anual de la República de Georgia.
No tiene mucho sentido que los Gates donen mucho más; aun con la mejor asesoría, no siempre pueden escoger la manera más eficiente de gastar el dinero en beneficio de la sociedad. Ese es el rol que las democracias asignan a los gobiernos y los parlamentos políticamente representativos, con el apoyo de diversas instituciones expertas que deberían proporcionar a un país una visión de 360 grados de sus prioridades.
Incluso para un individuo extremadamente talentoso como Gates, es difícil analizar los millones de insumos que tiene que procesar un estado moderno. Un ejemplo tomado de su entrevista con Bloomberg es que Gates favorece la eliminación de los subsidios a los productores de energía eólica y solar, ya que la energía renovable proveniente de estas fuentes ya es competitiva con la energía proveniente de combustibles fósiles. Gates cree que es hora de cambiar los incentivos a áreas como el almacenamiento energético y la generación de energía eólica costa afuera, donde el progreso tecnológico sigue retrasado y se necesita disminuir los costos.
Está bien que Gates mismo haga esos cambios en sus propias inversiones (dado que, además de sus actividades filantrópicas, también ha lanzado un vehículo de inversión para proyectos de energía limpia). Sin embargo, aún no es el momento para que los gobiernos eliminen los subsidios a las energías eólica y solar: incluso si el costo marginal de la generación de energía ahora es comparable entre diferentes tecnologías, la economía de la energía renovable todavía no es apta para el reemplazo natural, basado en el mercado, de las plantas que queman combustibles fósiles.
De acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía, el crecimiento de la capacidad de la energía renovable se estancó el año pasado. Se está añadiendo mucha menos capacidad de la necesaria para cumplir los objetivos climáticos establecidos en el Acuerdo de París de 2015.
Esa es una de las áreas en las que un impuesto a la riqueza sería útil. En un artículo publicado a principios de este mes, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, de la Universidad de California en Berkeley, calcularon que, si desde 1982 hubiera establecido un impuesto a la riqueza de 3% para las fortunas por encima de US$ 1,000 millones, la fortuna de Gates habría seguido siendo enorme con US$ 36,400 millones, pero sus impuestos adicionales habrían ido a programas gubernamentales útiles y, ¿por qué no, a subsidios en energía limpia?
Un impuesto a la fortuna actual de Gates a esa tasa produciría US$ 3,200 millones este año. Eso es más que los US$ 2,600 millones que gastó EE.UU. en subsidios a las energías solar y eólica en el 2016, el último año para el que hay disponible una estimación de la Administración de Información Energética de EE.UU.
Es loable que Gates reconozca que tendría sentido compartir más de su riqueza con la sociedad, aunque no pueda decidir cómo se gastará el dinero. Si bien las ideas expropiatorias de Piketty lograrían ahuyentar a cualquier persona razonable de la idea de un impuesto a la riqueza, Gates podría no ser el único multimillonario en apoyar un impuesto razonable sobre su inmensa fortuna. Compartir más de su riqueza a través de los impuestos puede ser un complemento útil a la filantropía dirigida. No tiene por que implicar la confiscación, al estilo comunista, de la recompensa justa a una perspicacia excepcional para los negocios.
Por Leonid Bershidsky