Un manifestante exige Nueva Constitución durante una protesta en Santiago. (AFP / Pedro UGARTE).
Un manifestante exige Nueva Constitución durante una protesta en Santiago. (AFP / Pedro UGARTE).

Santiago de Chile. La revuelta social que estalló en Chile hace más de dos semanas volvió a instalar sobre la mesa antiguas demandas sociales, económicas y políticas. Una de ésas es reemplazar la actual Constitución, que data de la dictadura de Augusto Pinochet.

Aunque el cuerpo legal ha sido reformado varias veces desde su promulgación en 1980, los promotores del cambio señalan que un nuevo texto es clave para asegurar derechos sociales o establecer espacios de participación, mientras que sus defensores aseguran que la carta magna actual ha dado estabilidad a Chile y que no es urgente reemplazarla.

—¿Por qué cambiar la Constitución?—

El principal argumento es que fue redactada y aprobada en plena dictadura militar, por lo que carece de legitimidad. El texto no establece mecanismos de participación ciudadana en las decisiones políticas ni garantiza que el Estado es responsable por asegurar derechos sociales, lo que fragilizaría la posición de los ciudadanos.

Además exige un alto quórum en el Congreso (de hasta dos tercios de los votos) para aprobar reformas constitucionales en temas cruciales como acceso a salud, derecho de privados sobre el agua, sistema de pensiones o el poder del Tribunal Constitucional, entre otros asuntos.

El proyecto político que la dictadura plasmó en el texto constitucional sigue vigente, no ha sido tocado”, afirma el abogado constitucionalista Jaime Bassa, profesor de la Universidad de Valparaíso. Y la mayor “presencia” de ese proyecto radica precisamente en el tercer capítulo, que aborda derechos fundamentales, dice el experto.

Todo el sistema de protección de derechos sociales, específicamente seguridad social, salud, educación, trabajo y régimen sindical, está marcado por una preferencia en favor de la propiedad privada y la libertad de emprendimiento. Y eso no se ha tocado”, insiste.

Un tema polémico en Chile también es el peso que tiene el Tribunal Constitucional en las políticas públicas. “Eso ha hecho que acuerdos políticos a los que se ha llegado en el Congreso luego sean echados para atrás en el Tribunal Constitucional”, dice María Cristina Escudero, académica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

Una de las mayores exigencias de los manifestantes es la redacción de una nueva Constitución. (AFP / RODRIGO ARANGUA).
Una de las mayores exigencias de los manifestantes es la redacción de una nueva Constitución. (AFP / RODRIGO ARANGUA).

— ¿Cómo sería el proceso?—

Las constituciones hacen dos cosas: crean el poder y lo limitan”, explica Escudero, que resalta las demandas de la sociedad chilena por mayor participación política y nuevos y más sólidos derechos sociales.

La Constitución actual no establece cuál es el mecanismo para escribir un texto que la reemplace. Tampoco especifica quién elaboraría el nuevo cuerpo, si se convocaría a una Asamblea Constituyente, quién la conformaría, o si se haría mediante una comisión mixta de políticos y ciudadanos o quedaría sólo en manos del congreso.

El reemplazo constitucional, para distinguirlo de reformas, no está contemplado en la Constitución del ’80”, dice Escudero. “Y ése es el principal problema que tienen en este momento quienes abogan por un reemplazo constitucional”, señala.

La expresidenta Michelle Bachelet llevó adelante un proceso constituyente en su segundo gobierno, con cabildos ciudadanos y canalización de propuestas sobre qué debería incluir una nueva constitución. Días antes de dejar el poder, envió un proyecto al congreso para redactar una nueva Constitución, pero no avanzó.

—¿Plebiscito, Asamblea Constituyente, Comisión Mixta?—

Hoy en día para reformar la Constitución solo hay un mecanismo congresista, dice el cientista político Claudio Fuentes, de la Universidad Diego Portales, por lo que la opción sería que el gobierno envíe al congreso un proyecto de reforma parcial o total a la Constitución.

En las más de dos semanas de protestas callejeras, se ha hecho patente la demanda de una nueva carta fundamental para el país y de una consulta popular.

Sin embargo, la opción de un plebiscito no es viable por el momento, ya que la Constitución limita expresamente los temas que pueden ser sometidos a una consulta popular, excluyendo la redacción de una nueva carta magna.

Una alternativa, dicen los expertos, es modificar a través de una ley en el congreso el artículo que limita los temas susceptibles de ser plebiscitados, para abrir la puerta a una consulta vinculante sobre una nueva Constitución.

Si se llega a una consulta popular, ésta podría contener una segunda pregunta, señala Fuentes, respecto a cómo se haría ese cambio de la carta, si vía Asamblea Constituyente, una comisión mixta de parlamentarios y ciudadanos o a través del Congreso.

En el contexto actual, como la política, el Congreso y los partidos políticos están tan desacreditados, yo creo que la ciudadanía se inclinaría por una comisión mixta o una Asamblea Constituyente”, señala Fuentes.

La derecha no ha respaldado en todos estos años la idea de una nueva Constitución, sino solo reformas a través del congreso. Sin embargo, hay un “creciente número de parlamentarios” que está por abrir fórmulas mixtas o una Asamblea Constituyente, plantea Fuentes, lo que configura un nuevo ambiente político.

Desde hace dos semanas, Chile está inmersa en una profunda crisis social y política, con manifestaciones multitudinarias casi diarias. Foto: AFP
Desde hace dos semanas, Chile está inmersa en una profunda crisis social y política, con manifestaciones multitudinarias casi diarias. Foto: AFP

—#RenunciaPiñera: Otro camino intrincado —

Durante las protestas, tanto en la calle como en las redes sociales, se ha hecho popular pedir la renuncia del presidente Sebastián Piñera. Pero según la Constitución, no es un proceso tan sencillo.

Chile tiene un régimen presidencial y el mandatario es elegido en votación directa para un período de cuatro años sin reelección inmediata. Si por enfermedad, ausencia del territorio u “otro grave motivo” no puede ejercer su cargo, será subrogado por el ministro del Interior en primer lugar, según una lista determinada.

En caso de una acusación política en el congreso, se necesitaría la aprobación en la Cámara de Diputados y luego de dos tercios del Senado para destituirlo.

Y si ocurre que un mandatario presenta su renuncia, también le cabe al Senado “declarar (...) si los motivos que la originan son o no fundados y, en consecuencia, admitirla o desecharla”. Antes de eso, sin embargo, los senadores deberán oír la opinión del Tribunal Constitucional.