En una reciente noche de viernes en Mendoza, la capital de la región vinícola de Argentina, un grupo de mendocinos acomodados sostuvo una sesión de Zoom con Luciana Sabina, una historiadora. “El autogobierno es parte importante de nuestro ADN”, declaró, mientras guiaba a sus espectadores a través de terremotos y crisis económicas, cantando las alabanzas de los inmigrantes italianos que plantaron viñedos fructíferos en los Andes.
En su relato, una epidemia fue un punto de inflexión en la historia de la provincia. Durante un brote de cólera en la década de 1880, Mendoza quiso aislarse del resto del país. El entonces presidente de Argentina, el general Julio Argentino Roca, forzó la apertura de la provincia. “Perdimos la batalla por el autogobierno, y miles de vidas también”, concluyó Sabina.
Una vez más, una pandemia está abriendo una brecha entre Mendoza y Buenos Aires. El COVID-19 está aumentando en Argentina; el país registra 35,000 nuevos casos al día. El gobierno provincial ha desafiado al presidente Alberto Fernández manteniendo abiertas sus escuelas. Ha impuesto un toque de queda más flexible y se opuso a extender el confinamiento nacional más allá del 30 de mayo. La tensión está inspirando demandas de autonomía en general. Algunos activistas políticos incluso hablan de la independencia de Argentina. Lo llaman “MendoExit”.
“El gobierno simplemente nos quita, es una vergüenza”, dice Luciano, un peón de un pequeño viñedo en el valle de Uco de la provincia, donde se produce el Malbec, el vino tinto suave que ayudó a hacer famosa a Mendoza. “Vivimos de nuestro trabajo, los mendocinos nos mantenemos”, comenta Cristina, una joven madre que revisa barricas de roble francés en una bodega cercana. Los impuestos sobre las exportaciones causan fastidio en particular. “Ese dinero, de nuestro trabajo, debería quedarse en Mendoza”, dice Juan, un enólogo.
Por persona, Mendoza recibe la menor cantidad de fondos del gobierno central de las 23 provincias de Argentina. El otoño pasado, José Manuel Ortega, exbanquero de inversiones y enólogo, pagó por una encuesta de opinión de Mendoza, Córdoba y Santa Fe, las provincias más ricas del país, que albergan a líderes de la oposición. Dos quintas partes de los encuestados en Córdoba y un tercio en Mendoza dijeron que apoyarían la separación de Argentina. Otra encuesta realizada en abril mostró un aumento del apoyo. “Odio decirlo, pero este es un estado fallido”, dice Ortega.
Un legislador mendocino, José Luis Ramón, propuso un plebiscito sobre la independencia cuando la provincia vote en las elecciones de mitad de período a finales de este año. Un movimiento MendoExit, dirigido por Hugo Laricchia, un acupunturista pugnaz, ha unido fuerzas con el tradicional partido democrático regional para presentar una nueva fuerza en la política regional, llamada Éxito.
Alfredo Cornejo, ex gobernador de Mendoza y líder del Partido Radical de Argentina, dice que “Mendoza tiene lo que necesita para vivir de forma independiente”. Cornejo, que tiene aspiraciones presidenciales, no está pidiendo la independencia él mismo, pero hace como que sí. “La gente quiere salir de esta Argentina y de la forma en que se dirige, no del país en sí”, dice.
No está claro si todo esto llegará a mucho. La constitución no permite la secesión, señala Anabel Sagasti, senadora del gobernante partido peronista. Pero en el valle de Uco, Raúl, un trabajador que carga cajas de Malbec para exportación, dice que votaría por Éxito. “No podemos hacerlo solos, pero con otras regiones como Córdoba sí podríamos”. Su jefe se ríe de la idea. No todo el mundo lo hará.