Un artículo publicado el fin de semana en The Sunday Times afirma que un informe parlamentario en el Reino Unido concluyó que era imposible cuantificar el impacto de los esfuerzos rusos por influenciar el referendo del brexit de 2016. Esto coincide ampliamente con la investigación sobre las elecciones de 2016 en Estados Unidos realizada por la experta en comunicaciones Kathleen Hall Jamieson, quien aún así ha argumentado que Rusia desempeñó un rol importante en la victoria del presidente Donald Trump.
Sin embargo, esto no significa que el impacto de la propaganda extranjera no se pueda medir de manera precisa en el futuro —si alguien realmente quisiera cuantificarla.
El Comité de Inteligencia y Seguridad del Parlamento británico supervisa los servicios de inteligencia del Reino Unido. Su informe sobre la interferencia rusa revelado por The Sunday Times sería un equivalente aproximado de la valoración 2017 de la Comunidad de Inteligencia de EE.UU. sobre la actividad rusa en la carrera a la presidencia en el 2016. El Gobierno británico, sin embargo, se ha negado a publicar el informe antes de las elecciones parlamentarias programadas para el 12 de diciembre y se le ha criticado ampliamente por ello, incluso por parte de Hillary Clinton, la perdedora de las elecciones estadounidenses del 2016. Los críticos se preguntan si el Gobierno trata de proteger información sobre donantes acaudalados a la campaña favorable al Brexit y el gobierno del Partido Conservador.
La fuga en The Sunday Times no revela ninguna información nueva sobre este tema, pero muestra que el informe intentaba evaluar la influencia de la propaganda rusa en los canales RT y Sputnik. El Comité de Inteligencia y Seguridad calculó que 260 artículos en contra de la Unión Europea publicados por los dos canales en los seis meses antes del referendo del brexit fueron retuiteados en tan gran medida que pudieron haber sido visualizados hasta 134 millones de veces, es decir tres veces el número combinado de impresiones Twitter generadas por los dos grupos de campaña más grandes a favor del brexit: Vote Leave y Leave.eu.
Ahora bien, ¿las personas que vieron el material cambiaron de opinión sobre cómo deberían votar frente al brexit?, o, ¿fueron más aquellos de acuerdo con la propaganda en contra de la UE de lo que habrían sido si no hubieran visto la propaganda? Esta es la pregunta del millón para aquellos que intenta dilucidar si Rusia ayudó a causar el lío del brexit o si puso a Trump en la Casa Blanca.
Jamieson, profesora de la Universidad de Pennsylvania especialista en influencia mediática sobre el comportamiento de los votantes, hizo un valiente esfuerzo por responder a estas preguntas en su libro del 2018, “Cyberwar: How Russian Hackers and Trolls Helped Elect a President: What We Don’t, Can’t, and Do Know”. El punto de Jamieson en este trabajo era que, con base en estudios previos, los trolls y hackers rusos probablemente tuvieron un efecto sobre el resultado, al movilizar los potenciales votantes de Trump, disuadir a los votantes liberales que no se inclinaban por Clinton y al cambiar la agenda mediática tradicional en la fase final de la campaña.
Sin embargo, Jamieson también escribió que cuantificar el impacto de la actividad rusa era imposible a falta de "datos de votación en tiempo real y transversales relacionados con mensajes y exposición mediática en cada uno de los estados decisivos", es decir Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. Aun si se contara con estas características en tiempo real, escribió, sería difícil separar el efecto de los esfuerzos rusos de propaganda dada la dificultad de encontrar un grupo de control que no esté expuesto a ellos. Jamieson recordó cómo ella y sus colegas analizaron el impacto de anuncios individuales en las elecciones del año 2000, al comparar datos de estados decisivos y no decisivos. Eso no fue posible en 2016:
"Debido a que carecemos de una manera fiable de ubicar ya sea la publicidad digital y los mensajes o aquellos expuestos, y que en el caso de cubrimiento mediático del contenido hackeado la totalidad del país estuvo expuesta a los reportes, nuestro modelo del año 200 ya no funciona".
Sin embargo, ninguno de estos obstáculos sería insuperable si investigadores, o los Gobiernos, se dedicaran a la interferencia extranjera —ya sea rusa, iraní o estadounidense— que es considerada como una amenaza importante a la democracia.
Se necesitaría un grupo representativo de votantes y no votantes, ciudadanos que estuvieran dispuestos a permitir un rastreo de las noticias de sus redes sociales. Dado que investigadores ya conocen sobre las redes de propaganda dirigidas por diferentes estados y contratistas, no sería difícil documentar la propagación de la propaganda y la exposición de los miembros del grupo a la misma. Se podría encuestar a los panelistas con cierta regularidad y revisar en qué manera el contenido los ha afectado. Al final del proyecto, los investigadores no necesitarían siquiera saber cuál fue su voto; sería suficiente establecer que votaron.
Seamos sinceros: gracias a los medios sociales es mucho más fácil para los Gobiernos y los influenciadores privados hacer propaganda en cualquier rincón del mundo, sin importar las restricciones que haya sobre los anuncios políticos. RT y Sputnik no necesitan comprar anuncios para generar decenas de millones de impresiones. Antes de cualquier voto de relevancia para los intereses rusos —esto significa la mayoría de las elecciones nacionales europeas o de EE.UU., al igual que muchas en Asia y África—, la máquina de propaganda rusa va a crear montones de contenidos que parecen auténticos y que serán difundidos tanto por trolls que reciben un pago como por fieles reales.
Esto significa que se darán las oportunidades para medir el efecto de estas operaciones de influencia. De hecho, muchas de estas oportunidades ya se han perdido; una serie de elecciones han ido y venido sin un esfuerzo serio por determinar exactamente cómo la interferencia rusa en Internet ha impactado los resultados.
En un análisis reciente de 20 elecciones recientes, Lucan Ahmad Way y Adam Casey de la Universidad de Toronto escribieron que "casi todos los casos de éxito de candidatos cuyas políticas encajaban con esfuerzos rusos de interferencia se podían explicar por las acciones de poderosos actores nacionales". No obstante, separar el efecto ruso de dichas acciones solo sería posible con el tipo de panel en tiempo real que menciona Jamieson.
Un ejemplo prometedor del tipo de resultados que podrían producir apareció en un documento publicado el año pasado por Leonid Peisakhin y Arturas Rozenas de la Universidad de Nueva York. Analizaron el impacto de las transmisiones de televisión rusas sobre la votación en las elecciones ucranianas, basándose tanto en dónde estas transmisiones se podían visualizar en Ucrania y en encuestas. Peisakhin y Rozenas descubrieron que ver televisión rusa fortalecía principalmente actitudes prorusas que ya existían, más que alterar convicciones. Sin embargo, este efecto también movilizaba un apoyo a candidatos y partidos prorusos en las urnas.
Investigación basada en datos como esta es lo que se necesita en sociedades occidentales para determinar cuáles son las mejores respuestas a la propaganda rusa. ¿Los esfuerzos de contrapropaganda funcionan? ¿Cuál sería efectivo para movilizar a votantes que no son receptivos a los mensajes rusos? ¿Tiene siquiera sentido hacer frente a los mensajes de propaganda rusa, como lo ha sostenido toda una industria académica y mediática que ha emergido desde el 2016? O, ¿Es el impacto real de estos mensajes insignificante? Todas estas preguntas, incomprensiblemente, siguen sin respuesta tres años después de la victoria de Trump y del brexit, y no se pueden responder con base en los datos limitados disponibles sobre estos dos eventos. Lo que se conoce sobre el informe reprimido del Reino Unido es evidencia de esto.