Por Mac Margolis

La fortuna política del presidente de , , se está desmoronando. Primero, los votantes propinaron al titular en problemas una paliza abrumadora en las elecciones primarias del 11 de agosto. Luego se hicieron sentir los mercados financieros, ensombreciendo la calificación crediticia del país y el peso.

Ahora que los tradicionalmente despilfarradores peronistas argentinos están a punto de regresar al poder, el está decidiendo si lanzar otro tramo del mayor préstamo de rescate en su historia al vacío. El anuncio de Macri el miércoles de sus planes para posponer los pagos de miles de millones de dólares de deuda extranjera probablemente solo profundizará las dudas del Fondo.

La caída de Macri es profunda. Ahora bien, ¿qué significa su infortunio para los líderes conservadores de mentalidad similar, elegidos para cambiar el curso de una región estancada por un feroz desempleo, un descontento de los votantes y unas economías en desaceleración?

Los índices de aprobación de los conservadores Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia han caído por debajo de 35%. Solo 22% de los ecuatorianos favorece al apóstata izquierdista Lenín Moreno. El presidente favorable a los negocios de Perú, Martín Vizcarra, un reformista, está tratando de luchar contra un congreso populista. Esta semana, la proporción de brasileños que desaprueban a su presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, se disparó de menos de un tercio en febrero a más de la mitad (53.7%).

En la política pendular latinoamericana, es tentador concluir que esos problemas para la derecha gobernante reflejan un regreso del público a los candidatos del otro extremo, como el argentino y su mentora peronista, la expresidente . Pero esperen. No hay mucha nostalgia por la llamada marea rosa que llegó al poder la década pasada detrás de la revolución bolivariana de Hugo Chávez –ahora en medio del colapso–, ni por la economía del brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, cuyos hábitos de capitalista compinchero lo llevaron a la cárcel. Esto no es una resurrección: es remordimiento de comprador.

La nueva derecha surgió por las demandas de las sociedades de purgar los cargos públicos de la corrupción sistémica y el establecimiento político que habían florecido, a menudo bajo la vigilancia de la izquierda, incluso pese a que doblegaban las instituciones a su voluntad. Ofrecieron soluciones clásicas como buena gestión, transparencia y la magia de los mercados para limpiar el sistema, restaurar el crecimiento y, en casos extremos como los de Brasil y Argentina, revertir el colapso económico. En cambio, se arriesgaron con un reformismo desmoralizante y ahora se aferran a sus cargos en medio del terrible desempeño de sus economías.

A medida que la prosperidad de América Latina decae, es importante señalar que los votantes nunca han tenido tanta influencia. Están subiendo el nivel para los candidatos en todas partes sin importar su corriente política. Recuerden que la bonanza de los productos básicos de la década pasada, mientras duró, redujo la pobreza en casi la mitad y empujó a millones a la nueva clase media, que alcanzó el 36% de la población. Las expectativas mantuvieron el ritmo y los votantes se volcaron hacia los líderes que hablaban de prosperidad y se quedaron cortos.

Mientras que 63% de la población en América Latina y el Caribe aseguraba estar satisfecha con la educación en 2006, en 2017 solo era el 56%. En comparación, en la, era el 65%. Actualmente, 64% de los latinoamericanos y caribeños asegura no confiar en sus gobiernos nacionales, y tres cuartos consideran a las instituciones de gobierno corruptas.

La desconfianza está socavando el pacto social: 54% afirma tener justificación para no pagar impuestos. Erradamente, el bajón del público también está erosionando la fe en la democracia, principalmente entre el 25% de los latinoamericanos entre 15 y 29 años que no conocen otra forma de gobierno y ahora se sienten frustrados con sus escasas recompensas.

El estado de ánimo ha confundido a los eruditos. Una clase media en ascenso y con poder de discernimiento debería haber fortalecido los pesos y contrapesos de la democracia y haber purgado a la región de las ilusiones autoritarias. Sin embargo, la persistencia en la desigualdad de ingresos y el amplio sector informal, así como el espectro del regreso a la indigencia, han sacudido ese concepto.

El peligro actual es que esos candidatos que alimentan las bases y los extremistas se aprovechen de esa inseguridad para empeorar la polarización política y promover la más antigua de las aflicciones latinoamericanas: la obsesión con el populismo.

El populismo es "la combinación perfecta entre sal, azúcar y grasa" de las democracias latinoamericanas modernas, asegura el politólogo de Amherst College Javier Corrales: una cocción azucarada de eslogans (la revolución del siglo XXI), fortalecida con tuits y regulaciones interminables para crear la "densidad de política" (la grasa) y aderezada con una emocionante corriente de insultos y ataques gratuitos a sus enemigos (sal), todo para crear un "estado de felicidad" política mixto que mantenga a los fieles enganchados y a los populistas en el poder.

Pero los votantes exigentes no tienen por qué ser una mala noticia para la democracia. Incluso un cambio de fortuna puede reducir la tolerancia del público a las falsas promesas y responsabilizar a los candidatos. Al agravar la polarización, los excesos del populismo crean su propia "reacción alérgica", en palabras de Corrales, con lo que invitan a una beneficiosa respuesta democrática.

Los mercados financieros también pueden desempeñar un rol, castigando el despilfarro y la incontinencia fiscal. El líder en la carrera presidencial de , Alberto Fernández, aparentemente tomó nota e intentó calmar los temores del mercado manteniendo el diálogo con Macri –ahora suspendido– y negando que presionaría para reestructurar la deuda externa. Ahora parece que el mismo Macri lo ha hecho. Probablemente dice mucho que Fernández no se haya pronunciado al respecto.

Hay buenas razones para preguntarse si esa templanza de campaña durará o soportará la tentación populista si los peronistas regresan al poder en diciembre, como sugieren los recientes exabruptos de Fernández contra el FMI. Los titulares latinoamericanos en problemas, tanto de la derecha como de la izquierda, estarán vigilando de cerca.