¿Qué les motivó a salir ese día?, ¿las protestas marcaron un antes y un después en el proceso de la revolución cubana?, ¿cómo vislumbran el futuro a partir de lo que pasó?, ¿es posible un diálogo nacional después de las protestas? (Foto: Reuters)
¿Qué les motivó a salir ese día?, ¿las protestas marcaron un antes y un después en el proceso de la revolución cubana?, ¿cómo vislumbran el futuro a partir de lo que pasó?, ¿es posible un diálogo nacional después de las protestas? (Foto: Reuters)

Félix Vázquez y Michel Torres son amigos desde el bachillerato y los dos estuvieron en las inéditas manifestaciones del 11 de julio en , pero en bandos contrarios.

A un mes de que estallara la cólera en la isla, hablan con la AFP de sus experiencias, visiones y expectativas.

Hartos de la crisis económica, miles de cubanos se manifestaron el 11 y 12 de julio en más de 40 ciudades al grito de “tenemos hambre”, “libertad” y “abajo la dictadura”, en dos jornadas que dejaron un muerto, decenas de heridos y cientos de detenidos. Unas horas después de que iniciaran las marchas el presidente convocó a sus partidarios a tomar las calles.

¿Qué les motivó a salir ese día?, ¿las protestas marcaron un antes y un después en el proceso de la revolución cubana?, ¿cómo vislumbran el futuro a partir de lo que pasó?, ¿es posible un diálogo nacional después de las protestas?

“Necesitamos una Neorrevolución”

El domingo 11 de julio, Félix Vázquez, de 27 años y padre de una niña de tres, no pensaba unirse a las manifestaciones porque su familia se lo había pedido.

Sin embargo, cuando salió a hacer algunas compras cerca de su casa en Centro Habana, “vio el revuelo que había en la calle de mucha gente expectante”. Había un grupo de manifestantes a favor del gobierno, dice.

“No les gustó que yo estuviera grabando ese momento y fueron hacia mí y me pidieron el celular”. Él se negó.

“No hablaron más, me estrellaron contra el suelo, me cargaron, me dieron golpes porque no quería entregar el celular”, narra desde La Puntilla, una pequeña salida costera frente al mar, donde describe la indignación que lo invadió.

Fue trasladado a una estación de policía. Ahí estaban unos 100 detenidos que tres veces cantaron el himno nacional, dice emocionado. Luego lo llevaron a otra delegación al oeste de La Habana, donde fue liberado 72 horas después con una multa.

“Inevitablemente (esos días) van a estar en los libros de historia”, señala, recordando el “Maleconazo” de agosto de 1994 como el antecedente más cercano y la única protesta importante que enfrentó Fidel Castro.

“Es mucha la indignación de este país con el gobierno, con su incapacidad”, señala en esa playa rocosa donde puede hablar a sus anchas.

Muchos han propuesto un diálogo nacional, pero Félix es escéptico y se niega a repetirle al gobierno “dos o tres verdades camufladas, tener que agradecer la educación gratis, aunque sea adoctrinada”, y que respondan con “una promesa que nunca van a cumplir para dormir a las masas”.

“Que la gente se manifieste y que los periódicos sean privados y que tengan legitimidad en Cuba y que no sean ilegales y que no los censuren ni a Internet tampoco”, pide.

Félix considera que la revolución está agotada. “Necesitamos una neorrevolución en Cuba, que nos unamos los de afuera y los de adentro”, indica, pero rechaza tajante una intervención militar de Estados Unidos, como solicitan cubanos emigrados. “Eso no va a arreglar nada”.

“Los triunfos de la Revolución son mayores”

A diferencia de Félix, Michel Torres, con quien estudió en el preuniversitario (bachillerato), cree que el socialismo es la “única opción” para Cuba.

El día que estallaron las manifestaciones decidió quedarse en casa debido a las restricciones del COVID-19.

Pero “el presidente (Miguel) Díaz-Canel llama a defender la Revolución y entendimos, que bueno, que teníamos que salir a las calles”, dice en la terraza de su casa, en un tranquilo barrio del municipio habanero de Playa.

Michel, también de 27 años y parte de la publicación cultural La Jiribilla, se reunió con un grupo de muchachos en el malecón, donde cientos de personas se concentraron.

“Yo no pienso que defender a la Revolución haya sido un llamado a la violencia, yo no salí a violentar a nadie”, dice enfático en una tarde calurosa y con un gran helecho al costado.

“Era simplemente demostrar que no todo el que se estaba manifestando estaba en contra de la Revolución”, señala.

Michel dice que lo que vio no fue una protesta pacífica. En un punto muchos “tiraron piedras, tiraron botellas, les sacaron palos, algunos tenían armas blancas. Fue un momento no solo desagradable, sino riesgoso y hasta peligroso”, agrega.

Este egresado de la carrera de derecho no está tan seguro de que haya un antes y un después, pero admite que se trata de “un suceso que es anómalo” debido un cúmulo de problemas “ajenos a la voluntad del gobierno”, como el endurecimiento del embargo estadounidense y la pandemia.

“Se hablaba mucho de una hipérbole, de un estallido social, de ingobernabilidad y a veces esa narrativa tendía a exagerar”, comenta Michel.

Este joven, nacido durante la profunda crisis económica del Periodo Especial en la década de 1990, “no conoció la época de las vacas gordas”, es de una generación “que solamente asistió al colapso del campo socialista”.

Y cree que tal vez por eso “mucha gente se siente defraudada, derrotada”. Pero “hay un grupo de personas de mi edad que se sienten identificadas con los revolucionarios”, asegura. Estos cubanos sienten “que la Revolución no es un proyecto acabado”, sienten que “ha tenido muchas derrotas pero que sus triunfos son mayores”.