(Video: AFP)
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El gobierno del presidente apuesta a que la modificación del sistema de pensiones desbloqueará el potencial económico de Brasil, pero la baja de las proyecciones de crecimiento muestra que el país tiene problemas más profundos.

La recuperación vuelve a decepcionar pese a un año completo costos de endeudamiento en mínimos históricos y un reciente aumento de la confianza empresarial. Tras crecer un exiguo 1.1% en el 2017 y 2018, la mayor economía de América Latina ha visto caer los pronósticos para el 2019 durante cuatro semanas seguidas. La reducción más reciente apunta a una expansión de solo 2 por ciento. Economistas comenzaron a bajar sus proyecciones incluso antes de las últimas señales de problemas respecto a la reforma de pensiones.

Temas estructurales que han entorpecido a la economía más grande de América Latina durante décadas vuelven a asomarse. El malestar es crónico, porque Brasil apenas ha mejorado un entorno empresarial que se ve perjudicado por un sistema tributario muy complejo, la incertidumbre normativa, el desmoronamiento de la infraestructura y una ineficiencia generalizada. Han pasado años desde el auge de los commodities que propició el crecimiento y surge nuevamente la urgencia de llegar a la raíz del estancamiento del país.

"No veo que ocurra alguna inversión significativa. El país está estancado desde el 2011 y carece de energía. ¿Dónde está la fuente de crecimiento?", comentó en una entrevista Marcos Lisboa, presidente de la escuela de negocios Insper. "Estamos perdiendo nuestras oportunidades. O empezamos a cambiar el país o nuestra generación y la próxima lo verán atrapado en la mediocridad".

La reforma de pensiones, propuesta económica emblemática de Bolsonaro, puede evitar que las finanzas públicas caigan de un precipicio, pero no es una solución inmediata. En lugar de eso, muchas empresas consideran que el proyecto de ley es una prueba de la capacidad del gobierno para mejorar el clima de negocios, según Carlos Sequeira, analista de .

Infraestructura desmoronada
El estado lamentable de puertos, carreteras y autopistas en Brasil es una de las quejas más comunes. Hace cuatro meses, un importante paso elevado de Sao Paulo se desplomó y desató un caos de tráfico vehicular en la mayor metrópolis del hemisferio sur, que ya pierde unos 40,000 millones de reales anuales (US$ 10,600 millones) a raíz de la congestión, según la Escuela de Economía de la .

Los baches abundan en las vías rurales, si es que están pavimentadas. La principal carretera de la soja en dirección norte se convirtió en lodo en el 2017 tras fuertes precipitaciones, lo que perjudicó a los camioneros.

En los últimos dos años, Brasil avanzó en la reducción del tiempo de espera para abrir un nuevo negocio, de 80 días a 21, lo que contrasta con ocho en México y seis en Chile, según datos del Banco Mundial. De acuerdo con la encuesta Doing Business del organismo, cuando se trata de impuestos, una empresa mediana promedio dedica 1,958 horas a completar sus diez pagos anuales, el doble del tiempo empleado por la segunda nación peor posicionada.

Las normas persiguen a pequeñas empresas y potencias como Ford, que ha estado en Brasil desde que Henry Ford construyera una ciudad industrial en lo profundo de la selva amazónica. El mes pasado, el líder sindical Adauto de Oliveira se reunió con el presidente para Sudamérica de Ford, aparentemente para hablar sobre inversiones a fin de ampliar la vida útil de una planta local.


En cambio, el ejecutivo anunció el cierre de la fábrica, ya que los gastos normativos dejaron a Ford sin poder obtener ganancias en Brasil. "Fue un balde de agua fría", admitió De Oliveira.

Apenas tuvo tiempo de dar la noticia a sus compañeros de trabajo antes de que Ford emitiera un comunicado. El costo proyectado por la compañía debido al cierre: US$ 460 millones, principalmente por indemnizaciones.