Líderes europeos desde Londres hasta Berlín se enfrentan a una realidad alarmante: los cierres se están volviendo a contemplar a medida que la pandemia amenaza de nuevo al continente.
Es un escenario que muchos descartaron después del verano, cuando los casos de coronavirus estaban retrocediendo en Europa y volvían a abrir las fronteras. Se esperaba un resurgimiento, pero se creía que bastaría con un enfoque dirigido.
Esa sensación inicial de victoria dio paso a la decepción y preparó el escenario para una crisis más profunda: ciudades principales están bajo toque de queda y Gobiernos centrales tienen confrontaciones abiertas con autoridades locales sobre el camino a seguir.
“La esperanza era que la segunda ola sería más fácil de controlar porque sabemos cómo identificar y contener grupos y mantener la economía en funcionamiento”, dijo Christian Odendahl, economista jefe del Center for European Reform. “Pero eso no ha funcionado en Europa”.
Los datos más recientes de Alemania, Francia, Italia e Irlanda muestran récords de casos, mientras que España registró la mayor cantidad de casos nuevos desde abril. Las tasas de hospitalización y mortalidad han aumentado en toda la región.
“Este es un gran desafío para todos los jefes de Gobierno de la Unión Europea”, dijo la canciller de Alemania, Angela Merkel, el jueves por la noche tras acordar con otros líderes del bloque intercambiar información con mayor regularidad. “Cómo saldremos de esta pandemia determinará la salud de muchas personas. Decidirá cuántas personas tendrán que morir y también determinará nuestro desempeño económico”.
Los líderes tienen menos margen para luchar ahora, habiendo quemado capital político para cerrar economías y luego apoyar la actividad cuando se desató la pandemia en la primavera.
Las empresas están más frágiles, la población está harta de las restricciones de cuarentena, y la oposición política ya no está pasiva.
El Gobierno socialista de España está luchando con las autoridades de centroderecha en Madrid, y el primer ministro británico, Boris Johnson, está bajo presión por todos lados. Su manejo de la pandemia le está costando apoyo en el norte de Inglaterra, donde obtuvo pocos resultados positivos en las elecciones del año pasado. Ahora, es una de las regiones más afectadas del Reino Unido.
Incluso Merkel, la reina de las crisis de Europa, no logró presionar a los líderes estatales de Alemania para que aceptaran medidas más estrictas durante una maratón de negociaciones de ocho horas esta semana.
También se libra una batalla ideológica entre libertarios que no quieren restringir el movimiento y aquellos que dicen que se debe priorizar la seguridad sobre todas las demás preocupaciones, incluida la economía.
Para Jamie Rush, de Bloomberg Economics, “hacer poco para contener la propagación podría fácilmente terminar costando más que un breve cierre nacional”.
Todo esto genera dudas sobre cualquier recuperación de la peor recesión de la historia para la región. Esto obligará a Gobiernos a aumentar el gasto, presionando aún más las finanzas públicas. Los bancos centrales, que han inyectado un estímulo sin precedentes, se están preparando para hacer más.
Pese a un aumento en el volumen de pruebas, las autoridades no lograron imponer restricciones de higiene o normas de autoaislamiento después del levantamiento de los cierres. Durante el verano, la gente viajó y trajo el virus a casa. La propagación se ha acelerado a medida que el clima se enfría y obliga a las personas a permanecer en espacios cerrados, preparando el escenario para un invierno difícil.