(Foto: Booking)
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En 1991, mientras la Unión Soviética se desmoronaba a su alrededor, Alexander Mishakov fue llamado a presentarse a un sitio al que la mayoría de los ciudadanos no tenían acceso: el Hotel Metropol.

Acababa de completar estudios en un instituto técnico y, a los 24 años, debía ir a una entrevista de trabajo, para llenar una vacante como jefe de cocina durante el desayuno. Tomó el primer tren de la mañana hasta el centro de , cruzó a pie la señorial entrada del hotel e ingresó a un mundo de una elegancia inimaginable. En esa época el hotel admitía solo extranjeros y unos pocos miembros de la elite soviética.

“Nunca olvidaré la sensación que tuve al ingresar al magnífico comedor”, dijo Mishakov, hoy jefe de la cocina del hotel. “Nunca había visto nada parecido”.

En la actualidad, cualquiera puede entrar al hotel y maravillarse con el domo con vitrales estilo art nouveau, candelabros relucientes y una fuente de mármol.

El Metropol, que fue inaugurado en 1905, fue testigo de algunos de los capítulos más dramáticos de la historia de Moscú. Tuvo épocas de esplendor, de revolución y espionaje, de gángsters y celebridades.

En sus inicios, la elite zarista frecuentaba los salones bañados en oro del Metropol. Artistas, bailarinas e intelectuales brindaban por la grandeza de la imperial bajo candelabros de cristal. En la fuente en el centro del comedor nadaban peces que luego serían comidos.

Rasputín organizó fiestas detrás de las puertas del hotel. Y cuando el zar Nicolás II firmó un documento comprometiéndose a adoptar reformas, el cantante de ópera Feodor Chaliapin se subió a una mesa, entonó un tema folclórico y pasó la gorra, pidiendo aportes a los trabajadores.

Tras la revolución bolchevique el hotel pasó a ser brevemente cuartel del Ejército Blanco de resistencia. Una vez capturado, fue un cuartel de los bolcheviques. Las mesas y los candelabros fueron reemplazados por sencillos bancos de madera y lámparas de kerosene.

Los líderes revolucionarios se reunían en el restaurante. Suites de lujo fueron convertidas en salas de reuniones de los distintos comités. Los pulidos pisos se llenaron de arenilla y tabaco. Vladimir Lenin, León Trotsky y otros líderes bolcheviques dieron numerosas disertaciones allí.

En la década de 1930 el politburó reconoció la necesidad de forjar lazos más estrechos con el mundo capitalista. Se permitió de nuevo la presencia de extranjeros en el hotel, aunque bajo ciertas condiciones. El Metropol reabrió como hotel en 1931 y, por ser uno de los mejores de Rusia, pasó a ser una parte importante de la maquinaria propagandística del estado.

“En el hotel el visitante se llevaba una impresión muy maquillada de lo que sucedía en el país”, dijo la historiadora del hotel Ekaterinai Yegorova.

Los huéspedes extranjeros dormían en habitaciones amplias y lujosas, comían bien y se les hablaba de las maravillas de la industria y la agricultura soviéticas. Las visitas eran estrechamente vigiladas por la KGB; los visitantes no se podían mover libremente y los guías de la agencia estatal de turismo Intourist no podían apartarse de su libreto. Cualquier contacto con extranjeros podía ser muy comprometedor.

Durante este período, simpatizantes comunistas, escritores y periodistas acudían al Metropol. Incluidos George Bernard Shaw, Marlene Dietrich y Mao Tse-tung. Mientras esperaba sus papeles para desertar a la Unión Soviética, Lee Hervey Oswald, quien luego sería condenado por el asesinato de John F. Kennedy, pasó algunos días allí en 1959.

La visión tergiversada de lo que sucedía a la que aludió Yegorova fue particularmente notable en ocasión de la visita de Shaw, quien al bajarse de un tren que lo había traído desde Varsovia fue recibido por una guardia militar de honor. Recorrió cooperativas agrícolas, se reunió con la viuda de Lenin y fue recibido por Joseph Stalin por casi dos horas.

“Lo que vi fue impactante, muy distinto a lo que se ve (en Inglaterra). No vi nada desagradable en Moscú”, escribió Shaw.

El periodista galés Gareth Jones también se impresionó mucho, pero percibió algunos de los problemas de los soviéticos. “El Hotel Metropol es un sitio realmente muy bonito y tiene una radio en cada habitación, pero no hay papel higiénico por ningún lado”, escribió.

La Unión Soviética, con su escasez de todo y sus colas inacabables para comprar comestibles, se vino abajo y en los años 90 hubo una invasión de bienes y alimentos extranjeros.

El hotel empezó a recibir dos camiones enormes llenos de comida dos veces al mes: carne de gran calidad, yogures, aguacates, quesos y frutas exóticas.

“Se nos abrió un nuevo mundo en la cocina”, dijo Mishakov. “La gente empezó a viajar, empezaron a entender cómo debía ser la vida, las aspiraciones que hay que tener”.

El hotel ya no estaba reservado para los extranjeros, también los rusos podían ir, si tenían el dinero para pagarlo. El lobby comenzó a recibir a gángsters y a los nuevos ricos, que gastaban fortunas y aterrorizaban al personal del hotel con sus demandas.

El Metropol, que se encuentra del otro lado de la calle del Teatro Bolshoi y a 500 metros de la Plaza Roja, se convirtió en uno de los sitios predilectos de líderes mundiales y celebridades, desde Michael Jackson y Elton John hasta el presidente francés Jacques Chirac y el finado líder norcoreano Kim Jong Il. En el 2009, el presidente estadounidense Barack Obama pronunció un discurso allí.

La fama del hotel aumentó en el 2016, con la publicación del best-seller de Amor Towels "A Gentleman in Moscow" (Un caballero en Moscú), que transcurre casi en su totalidad en el Metropol.

El año pasado el hotel volvió a estar en el candelero cuando el estadounidense Paul Whelan fue arrestado allí y acusado de espionaje.

“El hotel es como un libro de historia”, dijo Yegorova. “Si las paredes pudieran hablar, contarían muchas cosas”.

Mishakov compara el Metropol con un barco: “Es grande y se mece al compás de las corrientes del país”.

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