(Foto: EFE)
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Cambiar la imagen de sector contaminante y enfrentado a una niña que no quiere volar como es es el reto que afronta actualmente la , y que intenta contrarrestar con promesas de reducción de emisiones y mejora de su eficiencia energética.

El impacto de la aviación en el medio ambiente fue uno de los temas prioritarios en las jornadas anuales para la prensa que la IATA celebró esta semana en Ginebra, donde el nuevo concepto de "flygskam" (vergüenza de volar por su impacto ecológico) estuvo en boca de muchos, incluido su máximo responsable.

"La gente está ajustando sus hábitos personales para reducir su impacto medioambiental, y eso es bueno", admitió el director general de la IATA, Alexandre de Juniac, quien sin embargo argumentó que "el enemigo no es volar, sino el dióxido de carbono, y nuestra meta es que el mundo siga estando orgulloso de ir en avión".

Por ahora las cifras globales de pasajeros no parecen afectadas por el "flygskam" que Greta, desplazándose en veleros y trenes, ha impulsado: este año el número de usuarios de avión se incrementó 3.7% hasta los 4,540 millones.

Sin embargo, en mercados como el europeo, donde la concienciación sobre el parece mayor, comienza a haber señales de que la ciudadanía está comenzando a reducir sus vuelos, por ejemplo en la propia Suecia, donde Thunberg empezó su cruzada climática.

Mientras la compañía sueca de trenes reportó una duplicación de los pasajeros el pasado verano, la operadora nacional de aeropuertos registró caídas de 8% en el número de usuarios de avión en vuelos domésticos en la primera mitad del 2019.

Ante ello, IATA recuerda que sus emisiones sólo representan 2% del total mundial y presume de ser uno de los sectores económicos que primero se comprometió a una ambiciosa reducción de emisiones: en el 2009 se fijó el objetivo de reducir a la mitad en el 2050 sus niveles del 2005 (aunque en los últimos 15 años han aumentado).

IATA anunció hoy que por ahora esa reducción de 50% se ha logrado en términos relativos, es decir, en emisiones por pasajero, gracias sobre todo a una mejora de la eficiencia en el uso de fuel.

El sector mostró el temor a que la "vergüenza de volar" se institucionalice en forma de impuestos a las emisiones para forzar la reducción en el número de pasajero, aunque la IATA asegura que ésa no es la solución, sino la investigación de nuevos combustibles menos contaminantes.

"Muchos dicen que la única forma de reducir emisiones es disuadir a la gente de que vuele, pero un avión medio vacío emite lo mismo que uno lleno", argumentó Michael Gill, director general del Grupo de Acción en el Transporte Aéreo, formado por expertos en busca de soluciones sostenibles para el sector.

Si las tasas condujeran a una cancelación de rutas, como buscan posibles reformas fiscales en Suiza, Alemania u Holanda, ello sí se traduciría en reducir emisiones en esos países, pero "las aerolíneas no dejarían los aviones en los hangares sino que se los llevarían a otros mercados", advirtió Gill.

La IATA también busca contribuir a la lucha global contra el cambio climático y de paso mejorar su imagen con el uso de mercados de emisiones, es decir, invirtiendo en proyectos ecológicos y que absorban dióxido de carbono (por ejemplo, plantar bosques) para compensar sus emisiones.

En este sentido IATA creó el primer mercado global de emisiones específico para un sector, el Corsia (siglas en inglés de Sistema de Reducción y Compensación de Carbono para la Aviación Internacional), en el que las aerolíneas han invertido US$ 40,000 millones para proyectos "verdes".

Otro aspecto en el que la aviación preocupa por su impacto ambiental es el uso de plásticos desechables a la hora de servir comida a los pasajeros, generando 6.1 toneladas de basura anualmente que al ritmo actual se duplicarán en una década.

Además, el 20% de esa comida es desechada por los pasajeros, causando un gasto superfluo de US$ 4.5 millones, según reconoció hoy el director de la Asociación de Catering en Aerolíneas, Fabio Gamba.

Como en el caso de las emisiones, movimientos ambientales y opinión pública piden una cosa pero el sector aéreo propone otra: mientras unos demandan sustituir el plástico por vajilla normal, la IATA propone algo más intangible, "mejorar la eficiencia".

El plástico desechado en los aviones es incinerado, por normativas sanitarias, lo que puede generar energía pero también dióxido de carbono: un ejemplo más del complejo proceso que la aviación, retada este año por una adolescente, afronta en su promesa de transformarse y ser más ecológica.