(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Para muchas personas la se encuentra presente en la mayoría de sus comidas. Esto debido a la enorme popularidad que ha adquirido en los últimos años y su vinculación con un estilo de vida sana. Pero detrás de todo esto se esconde una dura realidad: la producción de palta genera un fuerte impacto ambiental que muchos desconocen.

Según un artículo del , produce más palta que cualquier otro país del mundo, pero el denominado “oro verde”, como se le conoce, se consume principalmente en América del Norte, Europa y Asia. Cada año se consumen unos 5,000 kg de palta en todo el globo.

Michoacán, un estado mexicano, produce 8 de cada 10 paltas del país y 5 de cada 10 de la producción mundial. El cultivo de esta fruta en el estado tiene un espacio de producción equivalente a 196,000 campos de fútbol; su economía regional depende en gran medida de este producto con un valor de mercado en torno a los US$ 2,500 millones anuales.

Hasta hace dos décadas, los compradores de no tenían acceso a la palta mexicana. El gobierno estadounidense mantuvo la prohibición de las importaciones durante 87 años, ya que las consideraba un riesgo para la agricultura. En 1997 se confirmó que Michoacán estaba libre de los efectos del gusano taladrador, y comenzó la exportación masiva del producto.

Las exportaciones se beneficiaron en gran medida con el; en el 2005 la palta mexicana ya estaba en todos los supermercados de los EE.UU., país que constituye el mercado más importante del planeta en cuanto a esta fruta. El consumo en este país se ha duplicado en tan solo diez años.

Sin embargo, la producción extensiva de la palta conlleva unos costes y perjuicios ambientales sustanciales e irrecuperables. La enorme y desproporcionada demanda de esta fruta está generando un efecto sobre el cambio climático. Se han destruido paisajes forestales con diversa vida silvestre para producir esta fruta, y muchas otras tierras se han quemado intencionadamente para permitir una recalificación de tierras en favor de la agricultura comercial en lugar de los bosques.

Normalmente se cortan arbustos y árboles viejos para que las plantaciones reciban más luz solar, lo que contribuye a la deforestación y, en consecuencia, al calentamiento global y al cambio climático. Actualmente, la zona de producción de Michoacán ha experimentado un aumento de las temperaturas y de aguaceros impredecibles.

Los estudios del Campus Morelia de la Universidad Autónoma Nacional de México detectaron una nueva tendencia en el estado al aumento de la sequía y las temperaturas, con una intensidad menor de las estaciones frías, necesarias para mantener el equilibrio ambiental, y una ampliación de las estaciones cálidas extremas, con un aumento de las cifras irregulares de lluvias y ciclones más intensos. La pérdida de cubierta forestal y otros cambios climáticos implica un descenso de la tasa de llegada de la mariposa monarca a Michoacán.

Diariamente se utilizan en torno a 9,500 millones de litros de agua para producir paltas – el equivalente a 3,800 piscinas olímpicas, lo que exige una extracción masiva de agua de los acuíferos del estado mexicano. Esto está teniendo consecuencias imprevistas, como pequeños terremotos. Desde el 5 de enero al 15 de febrero se registraron 3,247 movimientos sísmicos en el municipio de Uruapan y los alrededores, la zona de producción de paltas más importante del mundo. Según las autoridades locales, la extracción del agua ha abierto grutas subterráneas que podrían ser las causantes de estos movimientos.

Una hectárea con 156 árboles de paltas consume 1.6 veces más agua que un bosque con 677 árboles por hectárea. Dado que sus raíces son bastante horizontales, y cuando se riegan, el flujo a través de la infiltración preferente es menor, lo que dificulta que el agua se filtre al subsuelo; 14 veces menos en comparación con el pino.

Un estudio realizado por Carbon Footprint Ltd afirma que un paquete pequeño con dos paltas genera una huella de emisiones de 846,36 g de CO2, casi el doble que un kilo de plátanos (480 g de CO2) y el triple del tamaño de un capuchino grande con leche de vaca normal (235 g de CO2).

La producción intensiva de esta fruta ha generado una pérdida de , condiciones meteorológicas extremas y una degradación extensiva del suelo; y está a punto de provocar una catástrofe ambiental provocada íntegramente por el hombre.

A medida que se desarrolla un capitalismo de múltiples partes interesadas, se requiere urgentemente empezar a pensar en el origen de los alimentos que se consumen y a crear cadenas de consumo de alimentos más sostenibles. La concienciación sobre el impacto ambiental es el primer paso para reducir el impacto climático de los alimentos. La situación de la palta deja bastante claro que no es solo la carne la que está imponiendo un enorme daño ecológico.

A pesar de todo esto, existen soluciones para reducir su impacto ambiental. En primer lugar, como consumidores, tenemos que exigir una certificación internacional de un comercio justo y un cultivo sostenible de la palta que se vende en los supermercados y las tiendas, para garantizar que no sean producto de la deforestación, del crimen organizado o de una explotación indiscriminada de acuíferos.

En segundo lugar, los acuerdos comerciales deben incluir el impacto ambiental en las cláusulas relativas a las exportaciones. El consumo en un país no debe realizarse a costa de la destrucción del país de origen. México también debe modificar sus leyes para impedir y castigar la quema de tierras forestales para la producción de esta fruta.

Finalmente, si cualquiera de estas situaciones no se produce, las personas tendrían que replantear su dieta y su estilo de vida, y reducir el consumo de la palta para así contribuir al medioambiente. Vivimos en un planeta globalizado y plenamente integrado en el que lo que comemos alegremente con nuestros amigos y familia mientras vemos los deportes puede estar destruyendo ecosistemas completos. Esto afectará al planeta a largo plazo.

(Con información tomada del World Economic Forum)