Ser más inteligente puede ser tan simple como usar métodos de estudio validados por la investigación. (Foto: Shutterstock)
Ser más inteligente puede ser tan simple como usar métodos de estudio validados por la investigación. (Foto: Shutterstock)

Cuando estudiaba administración de empresas en una gran universidad de Londres en el 2013, Greg salía "al menos cinco veces por semana" para "fumar cannabis y beber", el único modo en que conseguía dormir y olvidar, durante unas horas, su sufrimiento psicológico.

"Estaba superdeprimido", confía este joven de 26 años, que entonces tenía 20.

Pero no es el único: casi la mitad de los 37,500 jóvenes entrevistados en por los psiquiatras de The Insight Network afirmaron haber consumido drogas y alcohol para "hacer frente a las dificultades" de su vida de estudiantes.

Y uno de cada cinco dijo sufrir trastornos mentales, depresión y ansiedad, según esta investigación realizar en 140 universidades y publicada en marzo.

Sufrir ansiedad "no significa estar un poco estresado por los exámenes", precisa Dominique Thompson, que trabajó durante 20 años como doctora de estudiantes universitarios, si no "ser incapaz de leer, ir a clase, salir de su habitación". Y sufrir depresión puede llevar a "pensar en el suicidio".

"Todo es ahora competición"

El fenómeno empezó a preocupar seriamente al gobierno británico, que a principios de marzo anunció la creación de un grupo de trabajo. Su objetivo: acompañar mejor a los jóvenes en su primer año, "crucial" para adaptarse a la universidad.

"Nuestras universidades son líderes mundiales en todos los terrenos y quiero que sean las mejores en cuanto a los recursos destinados a la salud metal", afirmó el secretario de Estado para la Educación, Damian Hinds.

Andrew Hill, director del grupo de investigación sobre el bienestar en la Universidad de York St John, señala el creciente perfeccionismo de los estudiantes ante unas "expectativas irrealistas".

Temen "cometer errores" y que "otros los detecten", dice. Así, el miedo al fracaso y esta "severa autocrítica" puede llevarlos a aislarse.

"Ya no basta con tener un diploma", agrega Thompson, para quien el aumento de trastornos mentales en los estudiantes es un problema internacional, porque "todo es ahora competición".

"Cualquier cosa que podría haber sido divertida y relajante, ahora se ha convertido en una competición" en las redes sociales, desde preparar un pastel hasta maquillarse o pintar, afirma, lo que pone a los jóvenes "24 horas al día, siete días a la semana bajo el microscopio".

Menos presión y más prevención

Esta presión se ve acentuada por el peso de unos padres "excesivamente presentes", agrega la doctora, que aconseja las actividades no competitivas y enseñar a los alumnos a gestionar el fracaso.

Hill recomienda por su parte que las universidades den "una formación de base" a sus empleados para que "sepan reconocer los signos y síntomas de los problemas mentales".

Greg recuerda haber pedido ayuda en el 2013, sin éxito. "Me sugirieron libros, números a los que llamar, me propusieron hablar de ello, y no volvieron a contactarme... hasta ocho semanas después. Eso me frustró y les dije que ya no me interesaba". Desde hace unos años, las universidades intentan cambiar sus estrategias.

Antes "tendíamos a concentrarnos en el momento en que los estudiantes necesitaban apoyo adicional", reconoce Mark Ames, director de servicios estudiantiles en la universidad de Bristol.

Pero, conmocionada por el suicidio de nueve alumnos desde el 2016, ese universidad inauguró en setiembre dos servicios específicos, con unos 60 empleados, que ayudan a los estudiantes a entender la importancia del bienestar, alentándolos por ejemplo a dormir más.

La universidad también revisó su sistema de notas y la frecuencia de los exámenes. Aunque sigue en la mira de los padres de Natasha Abrahart, una estudiante de 20 años, que se ahorcó en abril del 2018 antes de un examen oral que la "aterraba".

También la universidad de Birmingham dice que ahora "trabaja activamente" en la elaboración de un "marco estratégico" que remplace el tratamiento caso por caso y la London School of Economics (LSE) dice preparar un protocolo de acción.

Una voluntad de cambio alabada por Greg, que tras cinco años de "pausa" volvió a la universidad para estudiar geología. Aunque el apoyo psicológico lo encontró fuera del campus: dos veces por semana acude a terapias de grupo ofrecidas por el servicio de sanidad pública.