Por Hendrik du Toit
Hay un hecho indiscutible y aleccionador sobre el impulso hacia las cero emisiones netas. Cualquier esfuerzo que no funcione para todo el mundo, fracasará en todas partes. Un camino que favorezca a los mercados desarrollados a expensas de otros conducirá a un logro parcial de las cero emisiones netas, lo que no sería cero neto en lo absoluto.
Desafortunadamente, demasiados países, empresas e inversionistas ven el logro de este objetivo a mediados de siglo como una carrera dividida contra las métricas en lugar de una carrera unida contra el tiempo.
Por eso es imperativo que la próxima conferencia climática COP26 alinee y acelere los esfuerzos globales para hacer lo correcto por el planeta. Dejando de lado las palabras de moda, debe generar un acuerdo sobre una ruta de transición práctica y justa para la totalidad de los 7,900 millones de personas del mundo, la mayoría de los cuales viven en mercados emergentes y que sin apoyo dependerán de fuentes de energía o industrias sucias durante mucho tiempo.
El problema es claro. Nos enfrentamos a un juego masivo del sistema, donde es posible parecer “limpio” en términos técnicos, sin que haya un cambio en las emisiones en la economía real.
Muchas empresas que cotizan en bolsa y administradores de inversiones se centran en una reducción simplista de sus propias emisiones de carbono informadas, lo que les permite eludir preguntas sobre su impacto ambiental y evitar convertirse en un objetivo del activismo climático. Se ve bien en el papel, y muchos seguramente tienen buenas intenciones, pero ¿realmente beneficia al tipo de cambio que se necesita para lograr los objetivos globales?
Por ejemplo, algunas empresas de recursos naturales están vendiendo los negocios heredados que emiten altos niveles de carbono para deshacerse del problema. Esto podría poner a esos activos en manos de propietarios menos escrupulosos, que no rindan cuentas públicas y que no tengan planes de invertir en la reducción de las emisiones.
Los administradores de fondos también pueden entrar en el juego, esforzándose por lograr la “pureza de la cartera” a través de la selección de inversionistas que los hagan lucir ecológicos sin tener que abogar por la reducción del carbono en el mundo real. Esto explica la razón por la cual los fondos de renta variable verde tienden a tener una sobreponderación en las acciones de tecnología.
Con este tipo de matemáticas, vemos resultados perversos. Por ejemplo, asignar más a tres de los mayores productores de energía limpia (Iberdrola SA, Enel SpA y NextEra Energy Inc.) en realidad puede perjudicar la calificación de un fondo en términos de intensidad de carbono en comparación con un índice de referencia conocido porque estos proveedores todavía consumen combustibles fósiles.
De manera similar, una cartera de acciones global típica puede reducir su intensidad de carbono reportada en un 3% simplemente recortando en un 50% su exposición a Indonesia y BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Esto proporciona un incentivo para que los inversionistas institucionales eviten estos países, privando de capital a los mercados emergentes en un momento en que requieren US$2,5 billones adicionales al año para financiar su transición hacia una economía más verde.
Peor aún, los mercados emergentes incluso podrían ser castigados por depender de sus sistemas energéticos existentes para generar los ingresos necesarios para financiar sus transiciones energéticas. Tomemos, por ejemplo, los impuestos fronterizos al carbono propuesto como parte del ambicioso paquete “Fit for 55” de la Unión Europea, y las sugerencias del comisario europeo Valdis Dombrovskis de que esa política comercial podría utilizarse para hacer cumplir las normas medioambientales de la UE.
Todos son castigos en lugar de incentivos. Para los socios comerciales que dependen del carbón, como Sudáfrica o Indonesia, tales políticas socavarán su posición en la carrera hacia las cero emisiones netas.
El enfoque también es un poco hipócrita. Después de todo, los países miembros de la OCDE son responsables de las tres quintas partes de las emisiones históricas acumuladas, siete veces más que el resto del mundo en términos per cápita. Ahora que han trasladado una parte sustancial de eso a naciones más pobres a través de complejas cadenas de suministro, les deben apoyo y solidaridad para avanzar hacia una economía más sostenible, y para que eventualmente también logren cero emisiones netas.
Afortunadamente, existe una solución sencilla, pero requiere creatividad y no solo la aplicación mecánica en la que nos hemos centrado. Se trata de ajustar el enfoque hacia las “finanzas de transición” en lugar de las “finanzas netas cero”. El propósito es pragmático, no purista.
No se trata de excluir el marrón y favorecer el verde. Se trata de apoyar al marrón mientras trabaja para volverse más verde, cambiando todo el sistema a la vez para que todos tengan los medios para alcanzar las cero emisiones netas para el 2050.
El mundo rico, con su considerable poder financiero público y privado, debe crear urgentemente un conjunto convincente de incentivos para que los países en desarrollo se embarquen en una ambiciosa transición energética. Por supuesto, hay que hacer que los objetivos sean rigurosos, con hitos verificables. Necesitamos incentivos en la misma medida que penalizaciones. Si alguna vez hubo un momento para poner un valor monetario al mayor bien público, es ahora.
Es por eso que el rápido desarrollo y la escala global de los mercados voluntarios de carbono deberían ocupar un lugar destacado en la lista de prioridades del Grupo de los 20. Además de facilitar la reducción o remoción de carbono, tienen el potencial de generar flujos financieros hacia aquellos mercados emergentes que actúan como custodios del capital natural.
Es importante destacar que una vez que se desarrolle un mercado profundo y transparente para diversas formas de carbono, el mundo rico podría incentivar a los países más pobres a reducir su huella de carbono. Los resultados debieran verse recompensados con una combinación de condonación de deuda y acceso al capital. Los acuerdos de deuda relacionados con objetivos ambientales implican un beneficio doble, ya que brindan una solución financiera a preocupaciones similares y a una que es esencial para que las economías en desarrollo alcancen la meta de las cero emisiones netas.
No tenemos tiempo para crear nuevas instituciones. Esto significa que debemos reutilizar parte de lo que ya existe para financiar esta tremenda tarea de salvar el planeta. El sector privado está listo y dispuesto a recibir una gran afluencia. No puede establecer las reglas, pero puede proporcionar financiamiento verde a gran escala una vez que se establezcan esas reglas.
La necesidad es clara. La oportunidad de inversión es de decenas de billones de dólares. Con una transición justa e inclusiva, el mundo entero se beneficia.