(Foto: Reuters)
(Foto: Reuters)

La industria del no pasa por su mejor momento, ya sea por las presiones que sufre por parte de los gobiernos de todo el mundo o por el descenso del número de fumadores. Sin embargo, ya no se trata de un ejercicio de libre hedonismo, sino de un problema de salud pública, el cual convive con otro gran desafío en la actualidad: la

En la publicación de Andrés P. Mohorte, difundida por el, se señala que un grupo de científicos ha publicado una carta solicitando la prohibición de las colillas, los filtros introducidos por la industria en los cincuenta y el último remanente, la huella visible, que deja todo fumador a su paso.

La misiva, titulada “No más colillas” y publicada en un journal especializado, identifica en los filtros el plástico una problemática para la humanidad. Las colillas están hechas con acetona de celulosa, una variante del plástico no biodegradable que se esparce por las calles y los espacios naturales del planeta.

A pesar de ello, estos filtros no están incluidos en la prohibición de plásticos de un sólo uso decretada por la para el 2021. Por ello, los investigadores recomiendan extender la limitación también a las colillas.

Según los cálculos, anualmente se consumen más de 5 billones de cigarrillos en todo el mundo, de los cuales en torno al 98% llevan filtro. Sólo en la cifra supera los 376,000 millones.

Aunque ocupen menos titulares que las bolsas de plástico, las colillas se han convertido en el primer residuo generado por el ser humano. Y su impacto es elevado. Veinte colillas equivalen a un volumen de unos 10 mililitros, es decir, que un fumador que consuma un paquete de cigarros diario bota 5 litros de filtros al año.

¿Necesarios?

En los años 50 se introdujeron los filtros de acetona, en pleno boom de los materiales plásticos y del consumo internacional de En teoría, debían funcionar como un freno a las consecuencias negativas del tabaco. En la práctica no ha sido así.

Diversos estudios han identificado en los filtros un aumento del consumo de nicotina diario, al reducir el volumen de humo inhalado por el fumador. Además, una escasa correlación entre su introducción y una reducción de los casos de cáncer.

No obstante, hoy en día son un hábito aceptado por los fumadores. Todo ello a un elevado coste medioambiental.

Se sabe que las colillas que terminan en el mar causan una elevada toxicidad entre la fauna marina, ya que desprenden un elevado componente nocivo que es consumido por los animales e incluso por niños (accidentalmente). Por otro lado, pueden llegar a dificultar el crecimiento de plantas y otras hierbas cuando son depositados en el suelo.

El número de químicos introducidos en cada cigarrillo y el afán de lanzarlos a cualquier lugar una vez han sido consumidos han generado un problema no sólo para la salud de las persinas, sino para la fauna y flora.

Las campañas contra el tabaco se centran por lo general en los efectos que tiene en la salud pública, no en los medioambientales. Sin embargo, el aumento de impuestos o la limitación de nicotina en cada cigarrillo son ya medidas de uso generalizado por los gobiernos.

Razón por la cual la cantidad de fumadores en los países occidentales se ha reducido durante las últimas décadas, con una especial incidencia entre los jóvenes. Actualmente, países como España subvencionan medicamentos para dejar de fumar, y otros como India extienden la guerra contra la adicción incluso a los cigarros electrónicos. La industria lo sabe, por lo que busca otros mercados, como el cannabis.

Esto puede contribuir a que hayan menos colillas en el suelo. Pero la siguiente batalla contra el tabaco quizá sea la medioambiental.