Por Mac Margolis
La ruina que ha causado el nuevo coronavirus en Latinoamérica es difícil de exagerar. Basándose en casi cualquier indicador –2.7 millones de empresas cerraron en el 2020, ha habido una caída de 20% en la inversión, hay 44.1 millones de desempleados, y se proyecta que 23.5 millones de personas caerán en la pobreza este año–, el nuevo informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de las Naciones Unidas revela desalentadores datos.
Después de un año de contagios y muertes sin control, América Latina, con el 8% de la población mundial y el 27% de los fallecimientos por la pandemia, es la región más endeudada del mundo en desarrollo. A fines del 2020, el ingreso per cápita de la región se había derrumbado a los niveles del 2010.
“Si Latinoamérica voló hasta 2019 en un avión con un motor estropeado –desigualdad de ingresos, creciente descontento social, polarización política y baja productividad–, la pandemia estropeó el otro motor”, me dijo Eric Parrado, economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo.
De manera alentadora, la perspectiva de la inmunización masiva con medicamentos obtenidos a una velocidad sin precedentes ofrece un camino hacia la recuperación. Basta con pensar en el Reino Unido, donde se espera que todos los adultos estén vacunados para junio, y Estados Unidos, donde una acelerada vacunación está reactivando la economía.
En América Latina, lamentablemente, el camino hacia la inmunidad de rebaño no solo es escarpado, sino también tenso. Parte de la culpa recae en el abismo clásico entre las naciones ricas, que se quedan con las mejores vacunas, y los países más pobres, que dependen del excedente de otros.
Sin embargo, también hay flagelos locales que aquejan a la región. Gobiernos incompetentes, estancamientos logísticos, nacionalismo en las vacunas e irregularidades políticas se interponen entre el resurgente virus y los hombros de América Latina, empañando cualquier posible pronóstico de crecimiento y prosperidad.
Olvídese de un nuevo auge de los productos básicos, el resurgimiento del gigante chino, la ayuda en efectivo de emergencia y los permisos remunerados de ausencia del trabajo. Quizás la mayor marca de diferenciación de la condición económica de América Latina será aquella que dejará la jeringa.
La región tiene compañía. El año pasado, el Banco Mundial pronosticó que una epidemia incontrolada podría aumentar la inseguridad alimentaria mundial y llevar a la pobreza extrema a 115 millones de personas más; y eso fue antes de la segunda ola del COVID-19. La desigualdad de las vacunas solo empeorará esa cifra.
“Las diferentes proyecciones de rendimiento tienen mucho que ver con el calendario de entrega de vacunas”, escribe el profesor de economía de Harvard Kenneth Rogoff.
Aunque se espera que las compañías farmacéuticas produzcan este año la asombrosa cifra de 12,000 millones de dosis de vacunas contra el COVID-19, la incapacidad que han mostrado las autoridades para sellar acuerdos de suministro y diversificar los fabricantes ha condenado a muchos países a la escasez y a una distribución de las vacunas peligrosamente lenta.
Como si fuera poco, las nuevas cepas del virus podrían ser, en cierta medida, resistentes a los sueros actuales. Cuanto más rápido la región pueda vacunar a su población, mejor será para la vida y la subsistencia, indicó Fitch Ratings el mes pasado.
“Estamos en una carrera entre el despliegue de las vacunas y una segunda, e incluso tercera, ola de COVID-19. Para lograr una recuperación sólida debemos ganar esa carrera”, dijo Parrado.
Los bolivianos tienen dificultades para enterrar a sus muertos mientras la segunda ola de la pandemia atormenta al país en medio de una grave escasez de vacunas. Paraguay, que en un comienzo implementó rigurosas medidas de salud pública y agresivos gastos de emergencia, ahora ha sucumbido a las crecientes tasas de contagio, una grave escasez de medicamentos para las salas de emergencias e ínfimos suministros de vacunas, lo que deja al país sumido en protestas y con un enorme déficit público.
Pero tal vez la variable suerte de dos países de mayores ingresos cuenta la historia más convincente de las erráticas políticas de la pandemia en Latinoamérica. En Chile, donde el nuevo coronavirus golpeó con fuerza, el poco popular presidente Sebastián Piñera canalizó el CEO que lleva dentro y se tomó en serio la vacunación.
El Gobierno de Piñera, que cerró acuerdos con países desde China hasta Estados Unidos y el Reino Unido, cubrió todos los frentes y pactó la entrega de decenas de millones de dosis.
El resultado: Chile se ha convertido en el Israel de América, donde más de una cuarta parte de la población ya está vacunada. A fines del mes pasado, superó a EE.UU. en cantidad de personas vacunadas por cada 100 habitantes.
“Chile tiene una economía abierta y tomó decisiones pragmáticas al momento de firmar los contratos de suministro, en lugar de escoger favoritos o decidir por motivos ideológicos”, dijo Fiona Mackie, de Economist Intelligence Unit.
Esa receta también rescató a Piñera de pésimos niveles de aprobación y evitó que empeorara la furia de la ciudadanía. Llámenlo vox populi. La economía chilena será una de las primeras de la región en recuperarse con fuerza: Oxford Economics mejoró recientemente la perspectiva de crecimiento de Chile para el 2021 de 4.8% a 6.4%, dijo el analista para América Latina Felipe Camargo.
Luego está Brasil. El domingo pasado, con la bendición del presidente Jair Bolsonaro, quien considera que las mascarillas son “cosa de maricas”, grupos de partidarios salieron a las calles a protestar contra las medidas de cierre, el distanciamiento social y otras conspiraciones comunistas.
Algunos opositores opinaban blandiendo armas desde las ventanas de sus vehículos. Con más de 280,000 muertes por la pandemia –72,000 de ellas ocurrieron mientras esperaban cupos en cuidados intensivos– y un brusco aumento en el número de contagios, el Gobierno se deshizo tardíamente a su tercer ministro de Salud desde que comenzó la pandemia, dejó de lado su discurso antivacunas y ha estado intentando conseguir suministros.
Entre pares de ingresos medios, como India y México, “Brasil es el único país que aún no ha esbozado un plan nacional de vacunación”, según el boletín del 12 de marzo de la Red de Investigación Solidaria, compuesta por más de 100 expertos en políticas públicas de Brasil. Un récord de 54% de los brasileños ahora dice que desaprueba el manejo de la pandemia por parte de Bolsonaro.
A pesar de los muchos males de la aproblemada economía brasileña, el despliegue en cámara lenta de las vacunas es mortal. “El presidente y su equipo todavía parecen estar impulsando la visión de que es la economía versus la salud”, dijo Armínio Fraga, expresidente del Banco Central de Brasil y fundador de Gávea Investimentos. “Está muy claro que la economía no se irá a ningún lado hasta que podamos ver el final de la pandemia”.
Ese diagnóstico es devastador para una tierra que ha visto caer el ingreso per cápita a los niveles del 2007, dice Marcos Casarin, de Oxford Economics. Brasil y sus vecinos no pueden salir de este agujero sin ayuda. Las Naciones Unidas han pedido nuevas inyecciones de efectivo, incluidos US$ 56,000 millones adicionales en derechos especiales de giro a través del Fondo Monetario Internacional, para impulsar la liquidez en economías caídas sin aumentar las deudas nacionales.
Sin embargo, la recuperación económica seguirá siendo fugaz a menos que se pueda detener el SARS-CoV-2. Con ese fin, el BID anunció recientemente una línea de crédito de US$ 1,000 millones para que los países de América Latina y el Caribe financien la compra y distribución de vacunas.
“La región está desesperada, necesitan vacunas”, dijo el presidente del BID, Mauricio Claver-Carone, en una reciente conferencia de prensa virtual. “Yo creo que las farmacéuticas saben que [los Gobiernos] están desesperados”.
Por ahora, la recuperación es una carrera entre patógenos y vacunas. El desafío no es solo de velocidad y eficacia, sino también de convicción. Aun cuando la mayoría de los latinoamericanos están ansiosos por ser vacunados, el temor, el rechazo a las vacunas y el repudio político persisten.
El caso de Silvio Antônio Fávero es una advertencia. En febrero, el legislador de Mato Grosso, en el oeste de Brasil, patrocinó un proyecto de ley con la legislatura de su estado para prohibir la vacunación obligatoria. Fue su última presentación antes de enfermarse, junto con muchos de sus colegas legisladores, de COVID-19. Fávero murió el 13 de marzo por complicaciones del virus. El proyecto de ley fue archivado.