China
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Casi todos los economistas coinciden en que una guerra comercial de a gran escala perjudicarían tanto a China como a . Un marco de teoría de juegos simple muestra que el comercio internacional es intrínsecamente un "juego cooperativo", en especial cuando las cadenas de producción y consumo están estrechamente interconectadas a través de las fronteras.

Si el juego se juega de forma no cooperativa, las ganancias esperadas para segmentos de la población y actividades específicas palidecerían en comparación con las pérdidas para las grandes mayorías en cada país. Eso sería cierto incluso si los (pocos) ganadores del proteccionismo generalizado trataran de compensar a los (muchos) perdedores.

Solo por esa razón, muchos esperan que China y EE.UU. encuentren una solución que permita un comercio más justo, pero de todos modos libre (similar al resultado esperado en las negociaciones para modernizar el entre Canadá, México y EE.UU.).

Esta esperanza se ve reforzada por otro argumento que no ha recibido la atención suficiente: al acceder a crecientes demandas externas sobre la propiedad intelectual y las excesivas barreras comerciales, China aceleraría tres transiciones de más largo plazo que ha emprendido de manera voluntaria o que sabe que será necesario emprender.

Durante años, mientras atraviesa lo que los economistas llaman la "transición del ingreso medio", una de las fases más difíciles del desarrollo económico, China ha estado redirigiendo de forma gradual sus motores de crecimiento desde las exportaciones hacia la demanda interna. En el camino, ha pasado de inversiones ineficientes realizadas por empresas estatales hacia el consumo privado. Una mayor liberalización del comercio ayudaría a este proceso.

La reducción de las y la adhesión a normas de propiedad intelectual ampliamente aceptadas también sería coherente con una segunda transición de desarrollo importante para China: el aumento gradual de su disposición a asumir mayores responsabilidades globales, en consonancia con el tamaño que ocupa en la economía mundial.

La duda sobre ese aumento tuvo que ver con el enorme tamaño del país, que alcanzó una importancia sistémica global, en materia económica y financiera, a un nivel relativamente bajo de ingreso per capita y antes de unirse a las filas de los países avanzados.

Por último, China se ha beneficiado por varias décadas de su capacidad para permanecer muy concentrada en objetivos de largo plazo y mantener exitosamente hasta el último minuto el control en varios asuntos de corto plazo que han surgido en las interacciones económicas nacionales e internacionales.

Sin embargo, con el éxito duradero general tanto en el país como en el extranjero, a China se le presiona cada vez más para que se ocupe de lo que por lo general consideraría (y descartaría) como cuestiones tácticas en lugar de simplemente esperar a que ocurran. El aumento en las tensiones comerciales con EE.UU. es un ejemplo.

En lugar de evitar la negociación, es mejor para China en el corto y largo plazo sentarse a negociar con EE.UU., de preferencia a puertas cerradas. Y debería esperar hacer lo mismo con Europa, lo que destacaría las ventajas de complementar las negociaciones bilaterales con un multilateralismo más efectivo.

Un resultado exitoso y ordenado beneficiaría a un sistema global que ahora se encuentra bajo un estrés considerable, si no en riesgo de una fragmentación gradual, debido en parte a un descuido de los segmentos marginados y alienados de la población, así como a una reciprocidad insuficiente.

También ayudaría a la complicada transición del ingreso medio de China, además de proporcionarle una plataforma importante para satisfacer sus demandas legítimas de una representación y una voz más equitativa en las instituciones multilaterales: un estatus mejorado que Europa, en particular, ha sido lenta para otorgar.

Por Mohamed A. El-Erian

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.