G20
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La Cumbre del G20 en Argentina terminó sin fuegos artificiales que involucraran a Estados Unidos, lo cual fue apropiado de alguna manera, dada la sombra que generó la muerte del presidente George H.W. Bush.

EE.UU. aceptó un comunicado diluido en lugar de oponerse al consenso, como lo hizo recientemente en la cumbre de la APEC y del G7. Y en vez de terminar la reunión con un avance dramático o una ruptura ruidosa, EE.UU. llegó a un acuerdo para congelar los aranceles comerciales con China que fue un poco más del que alcanzó con la Unión Europea en julio. Ambos acuerdos requieren un seguimiento permanente y detallado para que las ganancias sean más que temporales.

Las expectativas para la cumbre del G20 fueron moderadas, con un balance de riesgos inclinado hacia abajo.

Hubo pocas perspectivas de un enfoque cooperativo y orientado a la acción para enfrentar con eficacia la creciente lista de desafíos, que incluyen las amenazas a la estabilidad política global (Ucrania y Siria), la cohesión social (flujos de refugiados), un crecimiento mayor e inclusivo y el bienestar financiero, así como también el peligro que presenta la creciente militarización de los instrumentos económicos.

Y se temía que las diferencias de opiniones entre los principales miembros del G20, en particular sobre el comercio, el clima y el multilateralismo y las instituciones relacionadas basadas en regulaciones, pudieran incluso impedir una declaración final.

Después de largas negociaciones, se llegó a un acuerdo sobre un comunicado de 31 párrafos que cubre una lista completa de temas, pero que también fue bastante moderado en lo que se refiere a sustancia, detalles y ambición.

El lenguaje diluido y conciliatorio fue particularmente evidente en las secciones sobre el comercio internacional, el funcionamiento del sistema global y las instituciones multilaterales, y la migración y el cambio climático. Muchos temas no se mencionaron, como la lucha contra el proteccionismo y las prácticas comerciales desleales, una omisión que también refleja los esfuerzos para lograr que China, Europa y EE.UU. firmaran.

Las expectativas de otro evento más anticipado y esperado en el G20 -- la reunión bilateral entre los presidentes Donald Trump y Xi Jinping -- implicaron una distribución de potenciales resultados decididamente más extrema.

Pocos anticiparon que la reunión simplemente dejaría tal cual la reciente guerra de desgaste que involucra la lenta y constante escalada de los aranceles, reales y amenazas. Entre las posibilidades, las relaciones podrían deteriorarse hasta el peligro real y presente de una guerra comercial mundial devastadora o EE.UU. y China podrían alcanzar un acuerdo revolucionario similar a aquellos que el gobierno de Trump firmó recientemente con Corea del Sur, México y Canadá.

Por las razones económicas discutidas aquí, el resultado más probable se situó en medio de ese rango: un alto al fuego con un camino hacia una disminución más decisiva de las tensiones, o, para usar un paralelo histórico reciente, un acuerdo similar al que se alcanzó después de la visita a la Casa Blanca del presidente de la UE, Jean-Claude Juncker, en julio. Y eso es lo que se materializó, con la importante adición de un plazo de tres meses para progresar.

Al final de casi tres horas de lo que la Casa Blanca llamó discusiones "altamente exitosas", EE.UU. acordó abstenerse durante 90 días de imponer aranceles adicionales a US$ 200,000 millones de importaciones chinas.

A cambio, China prometió usar el tiempo para avanzar en tres áreas de preocupación para EE.UU.: flexibilizar una serie de barreras no arancelarias, incluidos los requisitos para formar empresas conjuntas, que dan lugar a transferencias forzadas de tecnología, modelos operacionales y otra información propietaria y prácticas comerciales; combatir el robo de propiedad intelectual y otras interferencias cibernéticas; y reducir el superávit comercial bilateral importando cantidades "muy sustanciales" de ciertos productos estadounidenses.

Este resultado es un triunfo a corto plazo para ambas partes, así como también para la economía mundial:

China evita aranceles adicionales que socavarían aún más sus perspectivas de crecimiento y ejercerían una presión aún mayor en sus mercados financieros. EE.UU. define un camino con un plazo específico para contrarrestar las prácticas que lo colocan en una desventaja competitiva en su relación económica bilateral con China. Y la economía mundial está en un lugar mejor, por ahora, para evitar una guerra comercial estanflacionaria.

También es un triunfo a corto plazo para los inversores y los mercados: las conversaciones no se rompieron, lo que habría retirado el soporte de un ya debilitado y más divergente crecimiento global. En cambio, el significativamente menos amenazante panorama inmediato para los ingresos corporativos y la rentabilidad podría llevar a una recuperación de alivio en los activos de riesgo cuando se reanuden las operaciones el lunes.

Aun así, el jurado está deliberando si estas ganancias a corto plazo se convertirán en ganancias a más largo plazo. Un resultado exitoso requeriría un seguimiento cooperativo por parte de ambos países y dentro de un plazo de tres meses que soporte presiones potencialmente desestabilizadoras de la política interna en ambos países. Se suma a la incertidumbre el hecho que este proceso no se base en el frente común y los valores que históricamente han unido a la UE con EE.UU., por más débiles que estos se hayan vuelto.

Por Mohamed A. El-Erian

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.

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