"Caracas es el paraíso", señaló ejecutivo durante el desayuno en la sala de reuniones de su banco privado en la capital venezolana.
Sonó absurdo, ajeno a la realidad e insensible, incluso para una persona como él, dados los miles de titulares de noticias sobre ruina económica, crisis humanitaria y grandes apagones. No obstante, cuando se compara a Caracas con otras ciudades y pueblos del país, puede que tenga razón.

Mencionó informes internos que había recibido en los últimos días de todo el país sobre miembros de la Guardia Nacional que cobran a la gente US$5 en efectivo para avanzar en la fila de la gasolina en Zulia, disminución de productos alimenticios en el estado de Táchira y fallas en el suministro eléctrico que mantienen cerradas sucursales de su banco en Lara. En el edificio de oficinas donde trabaja el aire acondicionado funcionaba y los pisos estaban completamente iluminados. Hasta las escaleras mecánicas operaban sin problemas.

El gobierno concede una existencia privilegiada a Caracas, protegida de la mayoría de los problemas que se propagan mientras el presidente Nicolás Maduro resiste los embates del opositor Juan Guaidó y los más de 50 países que intentan derrocarlo para poner fin a dos décadas de régimen socialista y seis años de depresión económica catastrófica.

Mientras miles y miles de personas se dirigen a la frontera para escapar de la miseria - 4 millones de venezolanos han abandonado el país en los últimos años - aparece otro patrón migratorio mucho más pequeño. Conscientes de los beneficios de la capital, personas y empresas toman sus cosas y se van para allá. Hay casos de chefs que cierran sus restaurantes en ciudades como Barquisimeto, Mérida y Maracaibo y los reabren en Caracas.

Ahora que el gobierno esencialmente ha dolarizado la economía y ha liberado las importaciones privadas (previo pago tras negociar con los militares que manejan los puertos), el suministro de alimentos es más abundante en Caracas, al menos para aquellos que tienen la suerte de tener acceso a dólares en un país con índices de pobreza que se acercan al 90%.

Luego de que los apagones de marzo y abril afectaran a toda la nación de unos 28 millones de habitantes, el servicio constante ha sido mayormente restaurado en Caracas, dejando al resto del país expuesto a cortes diarios y caótico racionamiento eléctrico.

Incluso la gasolina, que escasea a raíz de sanciones de Estados Unidos, se puede encontrar más fácilmente en la capital. La fila más larga que vi durante la semana en la que visité la ciudad fue de unos seis autos. Según informes de localidades del interior del país, los conductores esperan en fila durante 12 horas o incluso 24, sin garantía alguna de lograr llenar el estanque.

Para hundir nuevamente a Caracas en el caos total solo basta otro fallo importante del suministro eléctrico y eso lo tienen en cuenta todos los habitantes, ricos o pobres. Todos tienen historias sobre cómo sobrevivieron durante el último apagón, que duró entre cinco y 10 días dependiendo del barrio.

La obtención de servicios públicos de forma privada es un negocio creciente, al menos para los ricos. Todo lo que se necesita es pagar unos pocos cientos por un generador diésel, convencer a residentes de edificios para que perforen un pozo de agua o encontrar a alguien que venda internet satelital.

Para aquellos pocos elegidos que llegan a Caracas cargados de dinero, los bienes raíces se pueden obtener con un descuento. Una casa en una zona frondosa del sureste puede costar US$ 230,000, por debajo del precio inicial de US$ 400,000; un apartamento en una parte bien protegida y segura de la capital puede estar disponible por US$ 60,000. Sin embargo, si cierra un trato con el propietario puede que tenga que pagar tarifas (traducción: sobornos) para registrar la propiedad, con lo cual sube el precio final.

La delincuencia ha disminuido, según amigos, conocidos y empresarios con los que me reuní. Todos ellos golpeaban madera, literalmente, al contar esta novedad. Nadie sabe exactamente por qué. Las teorías van desde el elevado precio de las balas y las armas a la posibilidad de que muchos ladrones ya hayan emigrado. La mayoría de los caraqueños son mucho más cautelosos hoy en día con las fuerzas de seguridad represivas de Maduro que con los delincuentes comunes.

¿El paraíso? Por supuesto no, pero si se queda en Venezuela por pura lealtad nacionalista o no puede darse el lujo de volver a empezar en el extranjero no hay mejor lugar. Puede que lo sea por un tiempo. Mientras Maduro se aferra al poder, sabe que si pierde Caracas lo pierde todo.

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