Abramovich, de 55 años, es uno de esos hombres de negocios que se hicieron meteóricamente ricos en la década de 1990, tras la introducción de la economía de mercado en Rusia. (Foto: EFE)
Abramovich, de 55 años, es uno de esos hombres de negocios que se hicieron meteóricamente ricos en la década de 1990, tras la introducción de la economía de mercado en Rusia. (Foto: EFE)

Roman Abramóvich, propietario del Chelsea, que se convirtió en uno de los hombres más ricos de Rusia sobre las ruinas de la Unión Soviética, vio como sus lazos con el Kremlin le pasaban factura el jueves, cuando fue golpeado por las sanciones británicas.

El oligarca, que la semana pasada anunció poner a la venta el club, actual campeón de Europa, ve ahora esta transacción suspendida por la congelación de sus bienes.

El multimillonario de corta barba blanca, mirada melancólica y reputación de tímido tampoco puede realizar negocios con particulares o empresas británicas ni viajar a este país.

Personaje inevitable de la jet-set global y propietario de una lujosa residencia de 15 habitaciones en el elegante barrio londinense de Kensington. Abramovich, de 55 años, es uno de esos hombres de negocios que se hicieron meteóricamente ricos en la década de 1990, tras la introducción de la economía de mercado en Rusia, adquiriendo una considerable influencia política.

Primer accionista de la siderúrgica Evraz, con una fortuna estimada por Forbes en más de US$ 13,000 millones, sus actividades en el Reino Unido eran un problema para el gobierno de Boris Johnson, presionado para poner fin a los flujos de dinero ruso, en ocasiones de dudosa procedencia, en la City, el corazón financiero de Londres.

En los últimos años ha limitado sus apariciones en el , donde podía viajar sin visado gracias a su ciudadanía israelí. También recibió un pasaporte portugués, pero la justicia portuguesa ha abierto una investigación sobre las condiciones de su naturalización.

Huérfano

Nacido en Saratov, en el sur de , el 24 de octubre de 1966, quedó huérfano muy pronto y fue criado por su tío. El joven Roman creció en parte en el gran norte ruso y realizó estudios de Matemáticas en Moscú, antes de lanzarse al mundo de los negocios, fundando pequeñas empresas.

Destacó pronto como un empresario de gran olfato. En 1996, el gobierno cedió la mayoría de las acciones del gran grupo petrolero Sibneft por US$ 100 millones, una fracción de su valor real. Las acciones terminaron en la cartera de Abramovich, que las vendió al gigante público Gazprom por una altísima cantidad.

Del petróleo al aluminio pasando por los automóviles, su fortuna creció con gran rapidez. Financió la campaña de Boris Yeltsin y su llegada al Kremlin, donde los oligarcas tejen estrechas relaciones con el entorno del presidente.

Cuando Vladimir Putin sucedió a Yeltsin en el año 2000, Abramovich optó por la prudencia y tomó distancias con la “familia” del exjefe de Estado.

Yate gigantesco

Escapó así al destino de Mijail Jodorkovski, opositor en el exilio tras estar años en prisión, o de su socio de negocios Boris Berezovski, feroz crítico del poder que fue encontrado muerto en su casa en el 2013, en Inglaterra.

Su fidelidad fue recompensada con un puesto de gobernador en la región de Chukotka, en el extremo oriente ruso. Durante un tiempo la primera fortuna de Rusia, acusado de actuar en ocasiones con sus operaciones financieras como “submarino” del Kremlin.

Gran aficionado al fútbol, compró en el 2003 un club emblemático de Londres, el Chelsea, que desde su llegada experimentó una edad dorada con refuerzos de peso. Ganó desde entonces cinco ligas de Inglaterra y, sobre todo, sus dos únicos títulos en la Liga de Campeones (2012 y 2021).

Su vida lujosa queda a menudo fuera del alcance de los medios, pese a tener un yate, el Eclipse, de 162 metros de longitud que ya no puede amarrar en el Reino Unido, como el resto de su media docena de barcos, porque las sanciones del jueves permitirían que fueran confiscados.

Tiene siete hijos y en el 2017 se separó de Daria Jukova, fundadora de una galería de arte contemporáneo de Moscú.

Siempre preocupado por su reputación, consiguió a finales del 2021 las disculpas del editor de un libro sobre Putin escrito por la periodista británica Catherine Belton. En él se afirmaba que el presidente ruso supervisó una gran salida de dinero sucio para extender la influencia de su país en el extranjero.