"La guerra comercial nunca es una solución", señaló el primer ministro chino, Li Keqiang. (Foto: Reuters)
"La guerra comercial nunca es una solución", señaló el primer ministro chino, Li Keqiang. (Foto: Reuters)

Hace unos días, Li Keqiang, el primer ministro chino, se presentó en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing para entregar su informe anual de trabajo (después de que los delegados cantaran el himno nacional, acompañados por una banda militar).

Su discurso duró, como siempre, casi dos horas. Revisó los objetivos del gobierno el año pasado para el crecimiento, la inversión, el empleo y más, es decir, todo lo que había logrado. También anunció otra serie de objetivos que, tan seguro como los soldados de que cada mañana levantan la bandera del país en la Plaza de Tiananmen, China logrará nuevamente.

Li cerró con el compromiso habitual de lograr el "sueño chino de rejuvenecimiento nacional". Los delegados, después de haber hecho el show de poneratención, aplaudieron.

Sin embargo, a pesar de toda la pompa ya familiar y las frases trilladas, surgieron suficientes nuevos anuncios de políticas y números en el discurso de Li para resaltar la incertidumbre económica que ahora enfrentan muchos en China, incluido el propio gobierno.

El informe, que marcó el inicio de la sesión anual de diez días de la legislatura, se dio con cautela. Li dijo que China apuntará a un crecimiento del PBI de entre 6% y 6.5% este año, frente al 6.6% en el 2018.

Aunque aún es un número fuerte para una economía del tamaño de China, sería la tasa de crecimiento más lenta en casi 30 años. Muchos economistas piensan que las cifras oficiales exageran el ritmo.

Algunos detalles fueron aún más reveladores. Li declaró que la política económica tendría un enfoque de "el empleo primero": el gobierno se esforzaría por mantener la tasa de desempleo por debajo del 5.5% y brindar capacitación a las personas sin trabajo.

La tasa oficial de desempleo se ha mantenido estable en alrededor del 5%, pero las empresas manufactureras yde tecnología han comenzado recientemente a despedir empleados. Para que el público no piense que los funcionarios están viviendo con prosperidad, mientras que otros enfrentan tiempos difíciles, Li ordenó a los burócratas que reduzcan el gasto en viajes, automóviles y entretenimiento en 3%.

También reconoció las dificultades de las empresas privadas. Durante el año pasado, ha habido una inquietud cada vez mayor entre los empresarios, temerosos de que el gobierno se esté volviendo en contra de ellos. El discurso de Li fue, en parte, dirigido a contrarrestar esa percepción. Los gobiernos locales, dijo, eran parte del problema.

Muchos le debían dinero a los contratistas y estaban arrastrando el pago. Prometió ayudar a las empresas privadas a obtener préstamos; la dificultad de hacerlo ha sido una queja de larga data. Aceptó que las tensiones comerciales con Estados Unidos habían afectado a algunas compañías, una admisión franca para un líder chino.

La gran interrogante económica es qué significan las preocupaciones del gobierno de cara a sus políticas fiscales y monetarias. Cada vez que el crecimiento se ha desacelerado en la última década, China ha respondido de manera confiable con un gasto considerable en infraestructura y un fuerte impulso a los bancos para que presten más dinero. Las señales son menos claras esta vez.

Antes de esta sesión parlamentaria, algunos observadores habían pensado que el gobierno central estaba volviendo a ser el mismo de siempre. Desde fines del año pasado, la agencia de planificación ha estado acelerando las aprobaciones para nuevos proyectos de infraestructura. Los bancos emitieron 3.2 billones de yuanes (US$ 477,000 millones) denuevos préstamos en enero, el mayor número en un solo mes.

Los inversionistas del mercado de valores se han estado volviendo optimistas. El CSI 300, un índice de acciones en las grandes empresas chinas, se ha disparado casi 30% este año.

Pero el liderazgo está, de hecho, más cauteloso que nunca. Le preocupa que los niveles de deuda ya sean demasiado altos. Después de la explosión de préstamos en enero, Li advirtió que eso podría crear "nuevos riesgos potenciales" en la economía. (El banco central respondió que el aumento se produjo por motivos estacionales).

Durante meses, Li ha estado en contra de lo que él llama "estímulo al estilo inundación", (es decir, inundando la economía con efectivo como si estuviera irrigando un arrozal). Repitió esa frase en su discurso.

También mencionó los "riesgos" 24 veces, más que en cualquier informe de ese tipo durante al menos una década. Los peligros, dijo, podrían emanar de las debilidades financieras, de los gobiernos locales derrochadores y del exterior (es decir, la guerra comercial con Estados Unidos). Su mensaje a los funcionarios chinos fue el de prepararse para lo peor.

Su mensaje a los inversionistas fue que no deberían confiar en otro gran aumento del gasto público. Pero el Partido Comunista todavía está buscando formas de incentivar la economía. Existe a la mano una herramienta de política que no implica la construcción de más puentes, y que tiene el beneficio adicional de ser popular: reducir los impuestos.

Li anunció recortes, en su mayoría para empresas, que deberían sumar casi 2 billones de yuanes este año, o más del 2% del PBI previsto. Los economistas del banco HSBC lo llamaron el recorte de impuestos a las empresas más importante de China en una década.

Incluyendo los bonos provinciales, el déficit fiscal aumentará a cerca del 5% del PBI este año, un aumento desde el 4.1% en el 2018. Sin embargo,esto está muy lejos de los paquetes de estímulos de antaño.

El gobierno aún se está absteniendo de tomar medidas para impulsar el mercado inmobiliario, algo que siempre ha hecho en el pasado cuando aceleró el crecimiento.

Una gran razón para desistir es la guerra comercial con Estados Unidos. Ahora muchos asumen que un acuerdo es solo cuestión de tiempo. Los dos países están trabajando en los toques finales.

Durante esta sesión, la legislatura está preparada para aprobar una ley deinversión extranjera que responderá a algunas de las principales quejas de Estados Unidos, por ejemplo, al impedir que los funcionarios exijan a los inversionistas extranjeros que transfieran tecnología a las empresas chinas. Incluso si hay escepticismo acerca de cómo China implementará la ley, es un intento de reducir las tensiones comerciales.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo chino, Xi Jinping, podrían reunirse este mes para darle la mano a un acuerdo formal. Pero los funcionarios chinos saben muy bien que Trump suele cambiar de opinión.

Así que están tratando de dejar espacio de maniobra mientras elaboran la política económica. Si se resuelve la guerra comercial, ellos pueden conservar su poder de acción fiscal. Pero si empeora, tienen margen para aumentar sus gastos. Los planes de China dependen en parte de los caprichos del presidente de Estados Unidos.