Un manifestante encapuchado pasa junto a una barricada en llamas durante una protesta en Chile. (REUTERS / Juan Gonzalez).
Un manifestante encapuchado pasa junto a una barricada en llamas durante una protesta en Chile. (REUTERS / Juan Gonzalez).

Las violentas protestas del fin de semana en desdibujaron la imagen de estabilidad que le había ganado al país el apodo de la “Suiza” de Latinoamérica, y dejaron en evidencia la tremenda inequidad social que el presidente deberá atacar para asegurar su futuro político y el rumbo de la nación.

La capital amaneció el lunes en relativa normalidad luego del turbulento fin de semana de protestas que dejó un saldo de 11 muertos y cuantiosas pérdidas tras numerosos saqueos e incendios de estaciones del sistema subterráneo de transporte.

La imagen se repetía en varias ciudades del interior de la nación sudamericana, la mayor productora mundial de cobre, famosa por la calidad de sus vinos, por su sólida economía y por ser un resquicio de institucionalidad en una agitada región.

Las protestas obligaron a Piñera a frenar un alza del pasaje del metro, detonador de las manifestaciones. Pero su marcha atrás quedó empañada por el despliegue de soldados en las calles en una nación que tiene aún heridas abiertas por la dictadura militar de Augusto Pinochet que culminó en 1990.

El aumento de los pasajes fue la gota que rebalsó el vaso y develó las grietas de la sociedad chilena: la desigualdad, la precariedad y mala calidad de los servicios de salud y educación pública, las bajas pensiones y los insuficientes salarios de gran parte de la población, coinciden analistas.

“Esto no es una simple protesta por el alza del Metro, esto es un desahogo por los años de opresión que han tenido principalmente los más pobres”, dijo Karina Sepúlveda, una estudiante de antropología, mientras golpeaba un sartén durante la protesta del domingo.

Chile estaba entre los diez países más desiguales del mundo, según un estudio del 2016 del Banco Mundial.

Una encuesta del gobierno chileno presentada en el 2018 mostró que el ingreso de los ricos fue 13.6 veces mayor al de los pobres y que el coeficiente Gini que mide la desigualdad casi no tuvo cambios en una década.

Aunque no existe un consenso claro entre los expertos sobre la causa de la inequidad en Chile, muchos creen que el modelo económico neoliberal instaurado durante la dictadura no contó con la tutela de instituciones sólidas ni de programas para garantizar una mejor distribución de los ingresos.

Los gobiernos democráticos de centroizquierda y centroderecha han intentado desde 1990 corregir con mayor o menor énfasis los desequilibrios, pero la brecha sigue siendo una asignatura pendiente, como reconoció Piñera en sus primeras declaraciones tras instaurar el estado de emergencia.

"Quiero manifestar mis comprensión y solidaridad con las carencias y angustias que afectan a tantas familias chilenas y también con las excesivas desigualdades que se arrastran desde hace tantas décadas. Solo unidos lograremos superar estas dificultades", dijo el sábado el mandatario.

¿Leña al fuego?

Las protestas estallaron con una fuerza inédita desde el fin de la dictadura. En medio de incendios y saqueos, grandes grupos de manifestantes pidieron mayor justicia social, abordar de manera sustentable el medio ambiente o mejorar servicios públicos. "Chile despertó" fue la consigna en redes sociales.

El gobierno se enfocó en los actos de violencia y respondió decretando estado de emergencia en varias regiones del país y toque de queda en la capital. Piñera se convirtió en el primer mandatario desde el retorno a la democracia en sacar a militares a las calles por razones políticas, e incluso dijo que Chile está en “guerra” contra un “enemigo poderoso”.

“El gobierno se está jugando si puede generar la gobernabilidad mínima que necesita y poder implementar algún tipo de pronta solución, más que promesas de diálogo”, dijo Guillermo Holzmann, analista de la Universidad de Valparaíso.

Chile ha presumido sólidas cifras macroeconómicas y el propio Piñera ganó un segundo mandato con su promesa de incluso “tiempos mejores”. Pero el Estado no ha logrado llevar la prosperidad a toda la sociedad.

Las manifestaciones parecen obedecer a un estallido espontáneo más que a un movimiento organizado. Y por ahora, tampoco hay ningún liderazgo político rotundo que esté surgiendo de estas protestas y pueda hacer sombra al gobierno.

"Hasta el momento no hay voces claras que recojan esa demanda, no han aparecido figuras. Es una rebelión contra el sistema y la autoridad, contra muchas cosas", dijo Vicente Espinoza, sociólogo y profesor de la Universidad de Santiago.

"Si esta movilización se extiende, va a requerir una operación política muy compleja para poder aplacarla y eso dependerá mucho de la respuesta que tenga el Gobierno. Y yo creo que el Gobierno no ha escuchado absolutamente nada", opinó.

Anfitrión en problemas

Piñera ahora debe convocar a una mesa amplia de trabajo con los distintos sectores sociales para abordar todos los temas pendientes, aunque eso signifique alterar su propia agenda en el Congreso, dijo Espinoza. Y no reunirse sólo con representantes de las instituciones del Estado, como hizo este fin de semana.

"Tiene que reconocer que hay una emergencia y no quedarse en que todo está volviendo a la normalidad porque no es así", dijo el analista.

La turbulencia en las calles aparece semanas antes de que Chile sea la sede de una cumbre de líderes de Asia-Pacífico (APEC) en la que el presidente estadounidense, Donald Trump, y el chino Xi Jinping firmarían un importante acuerdo.

"Piñera se ha desprestigiado por su incapacidad de cumplir sus promesas electorales en términos económicos, se ha desprestigiado como líder internacional por no poder garantizar orden y paz ante grandes eventos internacionales", dijo Cristian Parker, sociólogo de la Universidad de Santiago.

En diciembre, el país tiene previsto además acoger la cumbre de Naciones Unidas sobre cambio climático COP25.

Restos de basura y escombros quemados aún estaban esparcidos el lunes por algunas de las principales calles del centro, cercano al palacio de gobierno. Muchas personas hacían largas filas en supermercados, farmacias y gasolineras para abastecerse tras el toque de queda nocturno, que se aplicó por primera vez en la ciudad desde que Pinochet dejó el poder.

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