Juan Ramón García, economista principal en la Unidad de España y Portugal de BBVA Research. (Foto: Difusión)
Juan Ramón García, economista principal en la Unidad de España y Portugal de BBVA Research. (Foto: Difusión)

“En Manhattan, un automóvil vacío estaba apoyado contra un bordillo de Broadway. Un hombre pisó el estribo pero no se aproximó a los mandos. Los peatones se quedaron boquiabiertos al escuchar que la máquina sin chófer arrancaba su motor, cambiaba de marcha y se alejaba de la acera para adentrarse en el tráfico denso.” Así comenzaba un artículo sobre el primer “automóvil sin conductor”, un Chandler 1926, firmado en… ¡1925!

Aunque el interés por el vehículo autónomo es contemporáneo al desarrollo del automóvil, su despliegue nunca ha estado tan cerca. En primer lugar, porque la tecnología ya está disponible, como han demostrado algunos fabricantes y empresas tecnológicas en pruebas piloto. Y en segundo lugar, porque los beneficios potenciales de la implantación de la movilidad autónoma aúnan los intereses de productores, consumidores y sector público. En particular, se prevé que la difusión del vehículo autónomo reduzca los costes de transporte, tanto por la mejora de la eficiencia en los desplazamientos como por el descenso del gasto en combustible; disminuya la siniestralidad; amplíe el tamaño del mercado en la medida que facilite la accesibilidad al automóvil a la población no motorizable hoy en día; fomente nuevos servicios de movilidad; condicione la planificación urbanística al reducir el espacio destinado a aparcamiento; y contribuya a la descarbonización de la economía al incentivar la electrificación de las flotas.

Una condición necesaria para acelerar la adopción del vehículo autónomo es incrementar su atractivo para la sociedad, como sucede con cualquier otra innovación tecnológica. Al respecto, las encuestas que analizan la percepción de los consumidores sobre la movilidad autónoma no obtienen resultados concluyentes. Dependiendo del país, el momento de realización del estudio y las características de los entrevistados, los resultados oscilan entre el 53% de los conductores europeos que considera adquirir un automóvil autónomo en el futuro y el 73% de los estadounidenses que declara sentirse atemorizado ante la posibilidad de utilizarlo.

Las cifras para España son menos benévolas. Si bien el 54% de los conductores manifiesta interés en el vehículo autónomo, tan solo el 13% planea comprar uno. Ante la posibilidad de elegir entre conducción tradicional o autónoma, ocho de cada diez optarían por la primera.

Aunque las encuestas de opinión ofrecen una visión puntual del sentimiento de una población sobre la movilidad autónoma, presentan algunas carencias que merman su utilidad como herramientas de seguimiento de la confianza, como su escaso tamaño muestral y su falta de recurrencia. Para superar estos inconvenientes, un estudio reciente de BBVA Research utiliza la base de datos global de eventos, idioma y tono (GDELT, por sus siglas en inglés), que recopila información en tiempo real de los medios de comunicación sobre millones de temáticas y permite construir indicadores de sentimiento o atractivo.

Los resultados sugieren que las reticencias de los consumidores españoles ante la movilidad autónoma se fundamentan en la percepción de inseguridad. Aunque el consenso sobre los efectos beneficiosos de la implantación del vehículo autónomo para la accidentalidad es amplio, los eventuales fallos de seguridad y la participación en accidentes de tráfico, como el sucedido el pasado mes de marzo en Arizona, deterioran su atractivo. Si bien se detecta un interés creciente y una corriente de opinión favorable, la percepción social de la movilidad autónoma se resiente con cada suceso que cuestiona la seguridad en la conducción, sobre todo si ponen en riesgo vidas humanas. A diferencia del escándalo del dieselgate en septiembre de 2015, que ha tenido repercusiones negativas y permanentes sobre el atractivo de los automóviles diésel, el impacto sobre la opinión pública de los percances con vehículos autónomos ha sido, hasta el momento, transitorio.

Estos resultados sugieren que los consumidores han asimilado los fallos de seguridad de los vehículos autónomos durante la fase previa a su implantación. Pero a la vista de las consecuencias de la pérdida de confianza en los automóviles diésel, la transigencia de la población puede desaparecer si los percances se generalizan a medida que el despliegue de la movilidad autónoma avance. En consecuencia, la industria de la automoción y las autoridades no deberían bajar la guardia si aspiran a que la conducción autónoma sea una realidad cien años después del primer ensayo.

Por Juan Ramón García
Economista principal en la Unidad de España y Portugal de BBVA Research