Por Carlos Prieto Balbuena
De acuerdo con la información del Banco Central de Reserva, el PBI del Perú entre 1922 y el 2019 presenta tres colapsos (caídas de 2 dígitos): 1930, 1983 y 1989. El choque del covid-19 es de tal magnitud que podría entrar al infame grupo de mayores colapsos del PBI en los últimos 100 años.
Hagamos un recuento muy breve de los episodios pasados de colapso del PBI:
• El colapso del año 30 (-10.2%) está directamente relacionado al inicio de la Gran Depresión en los EE.UU. Entre 1930 y 1932, la economía peruana se contrajo casi 20%, pero para fines de 1934 ya había recuperado el nivel de 1929. En 1935, el PBI per cápita en términos reales recuperó el nivel de 1929.
• El desplome de 1983 (-10.4%) se debió a la conjunción de un fenómeno de El Niño extraordinario y devastador, así como a la crisis de deuda latinoamericana (ese año la región cayó 2.8%). En 1982, la economía peruana ya había experimentado una pequeña caída y recién fue en 1986 que pudo retornar al nivel de dicho año.
• La ruina de 1989 (-12.3%) vino precedida de una caída de 9.4% en 1988. En solo tres años, entre 1988 y 1990, la economía peruana se contrajo 25%, es decir, un desempeño aún peor al de la Gran Depresión. Sin embargo, mientras que esa caída fue producto de una crisis internacional, la ruina de fines de los 80 se debió a la irresponsabilidad local en los planos fiscal y monetario que acabó en una hiperinflación. Recién casi 20 años después, en el 2005, el PBI per cápita en términos reales retomaría el nivel de 1987.
Nótese que en el recuento no se incluye el 2009, año de la gran crisis financiera internacional, cuando el PBI creció 1%, lo que significó una desaceleración importante respecto del 2008 (9.1%). Pero la crisis del 2009 fue seguida de un fuerte rebote de la economía mundial y local (en el 2010 el PBI del Perú rebotó 8.5%).
“Un contexto de crisis económica y demagogia populista en medio de elecciones el próximo año es un cocktail peligroso que puede llevarnos a una década perdida de bajo crecimiento y mayor pobreza”.
La naturaleza del choque que vivimos este año es muy diferente del enfrentado en eventos anteriores. El origen del problema es una crisis sanitaria que se extiende rápidamente al sector real y financiero de todo el mundo, mientras que nuestros principales socios comerciales y el Perú mismo adoptan de manera simultánea cuarentenas para combatir la epidemia del covid-19. Este año la economía mundial caerá 3%, según el FMI, su peor registro desde la Gran Depresión en los años 30. Por su parte, América Latina caerá 5,2%, también su peor desempeño desde los 30.
La responsabilidad y prudencia macroeconómica de los últimos casi 30 años nos permite hoy implementar un ambicioso plan de 12% del PBI para enfrentar la crisis, financiar un déficit fiscal en torno del 10% del PBI y acceder a los mercados internacionales, una enorme diferencia respecto de otras crisis donde no teníamos margen de maniobra.
Sin embargo, la fortaleza macroeconómica no resuelve en sí misma una crisis sanitaria y una cuarentena que impone un desplome de casi toda la producción nacional. Si bien las fortalezas macroeconómicas del país son de las mejores en los mercados emergentes, la calidad de nuestro sistema de salud pública se ubica por debajo del promedio de la región. El Perú cuenta con un menor número de ventiladores (2) y camas UCI (2) por cada 100,000 habitantes comparado con Chile (17, 7) y Colombia (10, 11). Hemos sido incapaces de construir resiliencia sanitaria previa al choque, a pesar de que los recursos destinados a la función Salud a nivel del Gobierno general se incrementaron de S/ 6,752 millones en el 2010 a S/ 18,516 millones el año pasado (es decir, un aumento de 2.7 veces la década previa y estos números no consideran Essalud). Un lamentable ejemplo donde un sustancial aumento del gasto público una vez más no se vio reflejado en la mejora de los servicios públicos.
Sin duda requerimos atender mejor la emergencia y las debilidades estructurales del sistema público de salud. Tan importante como atender la emergencia será apuntalar la recuperación por lo que un uso adecuado de los recursos financieros del Estado en todas las fases de la crisis es indispensable no solo este año. Hay dos retos que pronto debemos enfrentar: i) levantamiento exitoso de la cuarentena (una familia o una empresa no puede pasar meses sin generar ingresos y el Estado tampoco tiene capacidad ilimitada de reacción) y ii) cimentar una vigorosa recuperación y evitar que tome 5 años o más retomar a los niveles precrisis de actividad económica y empleo.
Una adecuada administración de nuestras fortalezas macroeconómicas debería permitirnos una acelerada recuperación económica en 2021-2022. Sin embargo, habrá peligrosos riesgos que enfrentar: un contexto de crisis económica y demagogia populista en medio de elecciones el próximo año es un cocktail peligroso que puede llevarnos a una década perdida de bajo crecimiento y mayor pobreza.