(Foto: Pixabay)
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Por Sandro Corigliano, presidente de la Sociedad Peruana de Endocrinología

Frente a la denominada “epidemia del siglo XXI”, la diabetes tipo 2, son muchos los esfuerzos que las naciones del mundo vienen haciendo desde hace años.

Este es un objetivo al que, desde luego, no deben renunciar, especialmente países en desarrollo como Perú, donde 3.6% de su población de 15 años o más reportó padecerla en 2018: más de 800 mil casos según la última Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (INEI 2018).

Sin embargo, procurar calidad de vida a quienes ya han desarrollado Diabetes Mellitus es una arista del problema con un impacto social y económico relevante para el país, y no debidamente abordado aún. Según la Sociedad Internacional de Farmacoeconomía e Investigación de Resultados (ISPOR), el Estado Peruano podría ahorrar más del 90% del presupuesto que invierte por paciente si lograra garantizar un manejo correcto de su condición.

Con este objetivo en mente, los esfuerzos de nuestras autoridades sanitarias deben estar orientados tanto a reducir el déficit de recursos, ampliar el acceso a exámenes médicos y fármacos eficaces, garantizando además la preparación del personal en los establecimientos de salud. De lograrlo, podremos alcanzar a aquel más de 50% de pacientes de diabetes que hoy no reciben tratamiento adecuado, según la Sociedad Peruana de Endocrinología.

Cabe precisar, no obstante, que el éxito de cualquiera de estas medidas está vinculada ineludiblemente al conocimiento profundo e integral que el propio Estado y sus profesionales de la salud tienen sobre la diabetes y sus implicancias en la vida de quienes la padecen. Sin un panorama amplio, ni una meta clara de lo que se quiere lograr con cada paciente, es imposible concebir políticas públicas idóneas y brindarles orientación médica de calidad.

Un error común que ejemplifica bien dicha falta de comprensión es definir la terapia del paciente basándose únicamente en su tipo de diabetes: I y II. Autoridades y profesionales médicos están en la obligación no solo de conocer las mejores alternativas terapéuticas disponibles actualmente, sino de considerar que pueden existir tantos tratamientos como personas con dicha condición.

El abordaje más correcto del tratamiento de la mencionada enfermedad a la fecha exige comprender que esta puede estar determinada por una serie de factores, los cuales, a su vez, obligan a definirlo individualmente. Así pues, la condición clínica de este mal puede no ser el mismo en una y otra persona: si bien en ciertos casos es desencadenado por medicamentos como la cortisona, en otros está relacionado a daños en un órgano específico como el páncreas.

Ahora bien, no solo su origen clínico puede influir en el tratamiento que debe seguir quien la padece. El especialista a cargo debe tener presente aspectos del entorno y estilo de vida del paciente que pueden interferir con el manejo de su enfermedad. En ese sentido, importa su ritmo de vida, los niveles de tensión familiar y laboral a los que está expuesto, sus hábitos alimenticios y si su condición económica le permite acceder a una dieta balanceada.

Este conocimiento debe, además, alcanzar a los mismos pacientes, a fin de que obtengan un entrenamiento óptimo en la autogestión de su diabetes. Para ello, urge contar con personal médico capacitado para educar al paciente y ofrecerle toda la información sobre las mejores opciones terapéuticas y tecnologías disponibles. Nuestro sistema de salud debe crear equipos adecuados para ese fin y permitir su funcionamiento bajo los lineamientos necesarios.

A partir del entendimiento de por qué se produce la diabetes y cómo debe tratarse cada caso particular, nuestras autoridades estarán en capacidad de definir acciones que contribuyan a evitar sus penosas complicaciones. Recordemos que, mal controlada, esta enfermedad puede derivar en males asociados como cardiopatías, daño renal, patologías oculares, entre otras que deterioran notablemente la calidad de vida, economía individual y familiar del paciente.

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