Para recuperar las perspectivas económica en el 2020 se requiere mejorar la capacidad de gestión. (Foto: GEC)
Para recuperar las perspectivas económica en el 2020 se requiere mejorar la capacidad de gestión. (Foto: GEC)

Por Alfonso de la Torre y Alonso Segura

Nuestro país cierra una década que se inició con altas expectativas registrando el crecimiento más débil desde la crisis financiera global. Los vientos en contra externos, la alta volatilidad política (local y regional) y fallas de gestión han confluido para que el apenas alcance una expansión algo superior al 2% este año.

Lamentablemente, varios de estos riesgos eran previsibles. Hace doce meses llamábamos la atención sobre el deterioro en el balance de riesgos y señalábamos que el 2019 tenía un pronóstico reservado. Por el frente externo, las razones incluían los conflictos comerciales, la desaceleración de China y el retiro de estímulos monetarios en Estados Unidos y Europa. Los dos primeros han jugado un rol fundamental en el menor precio del cobre, nuestro principal producto de exportación.

Estos factores se mantendrán durante el 2020. Pese a los anuncios de acuerdos preliminares entre y , las tensiones comerciales probablemente se prolongarán: Beijing se rehúsa aún a hacer concesiones significativas en materia de propiedad intelectual y barreras a la inversión, mientras que en Washington la próxima elección presidencial contribuirá a generar incertidumbre. Ello, sumado a otro año más de desaceleración de la economía china, genera riesgos a la baja para nuestras exportaciones tradicionales.

A la perspectiva negativa para los precios de nuestras exportaciones se suman señales mixtas para las condiciones de acceso y costo de financiamiento, las cuales son un segundo canal de impacto externo. Los bancos centrales en Estados Unidos y la Eurozona han vuelto a incrementar los estímulos monetarios ante crecientes temores de recesión en ambas economías. En principio, la mayor liquidez en países desarrollados representa un viento a favor, ya que tiene el potencial de incrementar el flujo de capitales hacia economías emergentes como la peruana.

Sin embargo, este efecto puede verse contrarrestado por una mayor percepción de riesgo, especialmente en América Latina. Ello responde a la fuerte convulsión social observada durante los últimos meses. Las multitudinarias protestas en países como Chile y Colombia reflejan reclamos importantes sobre desigualdad, servicios públicos y corrupción, entre otros temas, que requieren ser atendidos. No obstante, en el corto plazo incrementan la incertidumbre para la inversión. Así, aunque los flujos de capital hacia mercados emergentes en su conjunto podrían incrementarse, existe el riesgo de que estos se concentren en el Sureste Asiático o Europa del Este, en desmedro de países latinoamericanos como el Perú.

En este entorno, una recuperación en las perspectivas económicas para el 2020 requiere de mejoras significativas en la capacidad de gestión del Estado. Este punto será determinante, pues atribuir la desaceleración exclusivamente a factores externos o a variables fuera de nuestro control es desconocer la realidad.

Comparemos lo ocurrido este año con el 2015, también primer año de autoridades subnacionales y de choque externo. Aquella vez, los precios de nuestras exportaciones cayeron por cuarto año consecutivo, cinco veces más que en el 2019, y en términos acumulados (2012-2015) casi diez veces más. Asimismo, por el lado de costos de financiamiento, en el 2015 los spreads en países emergentes, incluido el Perú, estaban en niveles muy superiores a los actuales y al alza. Pese a las condiciones externas significativamente más adversas, en el 2015 la economía peruana creció cerca de un punto más que este año (3.3%), y se aceleraba tras un débil 2014 en el que también se creció más que este año.

Es allí donde las falencias de gestión pública resaltan nítidamente. Veamos un ejemplo. En el 2015 la ejecución del presupuesto de inversión pública -una medida de eficiencia e impulso a la actividad económica- alcanzó 78% para el gobierno general (GG) y 90% para el gobierno nacional (GN). Este año, a una semana del cierre, las cifras son de 59% y 67%. Una proyección optimista implicaría que, en comparación con el 2015, el GG dejaría de invertir 6.5 mil millones de soles (3.5 mil millones a nivel de GN), es decir, un punto de PBI menos de actividad económica, pérdida que podría ser inclusive mayor si creemos en los multiplicadores estimados por el BCR.

Por ello, en ausencia de una significativa mejora en la capacidad de gestión del Estado, una aceleración del crecimiento más allá del 3% para el 2020 es improbable. Las actuales proyecciones oficiales (MEF 4.0%, BCR 3.8%), al igual que el año pasado, pecan de optimismo. Estas cifras resultan aún más difíciles de alcanzar si tomamos en cuenta que se sustentan en una aceleración de la inversión privada no minera, que tendría que tomar un impulso tras dos años de tasas de crecimiento muy bajas, en los que ha primado el dinamismo de la inversión minera a tasas superiores al 20%.

Finalmente, este escenario supone que el cierre del Congreso fue constitucional. Sin embargo, si el Tribunal Constitucional determinase que no lo fue -y nuestro TC es impredecible- las consecuencias en múltiples dimensiones (no solo de desempeño económico) serían muy negativas. En este contexto, y en medio de bajas expectativas de reformas en lo que queda de este mandato, la misión del gobierno en el 2020 debe centrarse en recuperar la capacidad de gestión para así dejar la casa en orden a quien tome la posta en 2021.

“Las falencias de gestión pública resaltan nítidamente. Las actuales proyecciones oficiales (MEF 4.0%, BCR 3.8%) pecan de optimistas. Una aceleración del crecimiento más allá del 3% para el 2020 es improbable”.