(Bloomberg) En uno de los comunicados del Grupo de los 20 más esperados en mucho tiempo, la administración estadounidense parece haberse impuesto frente a las objeciones de numerosos países, inclusive de Europa, Australia y China.

En un resultado que hasta no hace mucho tiempo se habría considerado improbable, el comunicado dejó de lado la oposición explícita al proteccionismo de los países más influyentes a nivel económico y, en cambio, produjo lo que Bloomberg Markets llama "una declaración amañada sobre el comercio".

Lo que impulsó este resultado del G20 fue la opinión fuerte del presidente Donald Trump de que Estados Unidos recibió menos de lo que le correspondía por diversos acuerdos comerciales. Es por eso que la nueva administración amenazó con imponer restricciones contra socios comerciales si el comercio no es a la vez justo y libre.

Asimismo, como parte de su pensamiento acerca de la reforma tributaria, se dice que la administración está analizando la posibilidad de un "impuesto de ajuste en la frontera" con el fin de aumentar la recaudación para compensar las reducciones impositivas en otras partes y una mayor inversión en infraestructura.

Si bien se trata de un resultado históricamente inusual para el G-20 y que cuestiona lo que a lo largo de los años devino en una creencia popular, cuando no en doctrina el comunicado no debería sorprender demasiado: refleja una nueva realidad estadounidense que, dada la estructura de la economía global, el resto del mundo no puede pasar por alto debido a la fuerte posición negociadora de los Estados Unidos.

Para entender por qué, pensemos en dos realidades simples que hablan de la voluntad y la capacidad de los Estados Unidos de hacer valer posiciones internacionalmente impopulares:

Primero, la nueva administración estadounidense está dispuesta a romper con la tradición. De hecho, en algunos casos está activamente empeñada en cambiar drásticamente cierta creencia popular y prácticas actuales. El comercio encabeza la lista internacional (y el Obamacare, la lista local). Y la administración siente la necesidad de hacerlo, aunque sólo sea por razones políticas internas.

La administración también puede imponer opiniones poco convencionales a otros. Estados Unidos está en el centro del orden mundial en términos económicos, financieros, diplomáticos y militares. Es el país más poderoso del mundo, el emisor de la moneda de reserva y la voz principal y más influyente en muchas deliberaciones multilaterales.

Estados Unidos también tiene otra ventaja negociadora a la que los demás países deben, todavía, ajustarse.

Habiendo expresado con mucha claridad y muchas veces su posición de "Estados Unidos primero", inclusive en el anteproyecto de presupuesto la semana pasada, la nueva administración ha planteado una posición negociadora inequívoca.

Además, sabe que, si el mundo termina en una guerra comercial, el daño a la economía probablemente sería menor que el que experimentarían muchísimos otros países. Por ello, otros enfrentan una desagradable situación sin ganadores donde aceptar un mal resultado es mejor que correr el riesgo de uno mucho peor.

Pero esto no significa que el mundo caerá necesariamente en una espiral proteccionista "estanflacionaria". Si prevalecen las conductas racionales, el resultado más probable es una serie de renegociaciones (bilaterales, regionales y multilaterales) que mantendrán el comercio abierto pero que realinearán ciertas prácticas y procedimientos dominantes a favor de los Estados Unidos, incluidos los correspondientes a las barreras no arancelarias y las normas.

Es un mundo en el que Estados Unidos en un primer momento gana económicamente, pero lo hace a riesgo de que otros países traten de reducir a más largo plazo su dependencia del orden global cuyo centro es dominado por Estados Unidos.

(Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.)