En algunos casos, empieza como una lesión: un accidente de esquí o automovilístico. En otros, con algo aparentemente inocuo como recoger un par de medias del suelo. Pero para la mayoría de quienes lo padecen, el dolor de espalda es tan misterioso como insoportable. Alrededor del 85% de víctimas crónicas tiene lo que los médicos llaman “lumbalgia inespecífica”, es decir, sin una causa física clara.
En la mayoría de países, ricos o pobres, el dolor de espalda es la principal causa de discapacidad —medida por el número de años vividos con salud precaria—. A menudo, ataca a personas de mediana edad y, por el resto de sus vidas, las tiene continuamente incómodas. Muchas pierden sus empleos, ya sea porque se sienten físicamente imposibilitadas para trabajar o porque se deprimen.
El dolor de espalda es el principal motivo de que los europeos dejen de trabajar y una importante razón de que los estadounidenses se vuelvan adictos a los opioides. El problema no es que la afección no sea tratada: los estadounidenses gastan US$ 88,000 millones anualmente para combatir sus dolores de espalda y cuello —casi tanto como los US$ 115,000 millones para curarse del cáncer—.
Si a las facturas médicas se añade la pérdida de productividad, el dolor crónico —cuya mayor proporción corresponde a la lumbalgia— le cuesta a Estados Unidos un estimado de US$ 635,000 millones anuales, monto un poco menor que el presupuesto nacional de defensa. Lo escandaloso es que los tratamientos disponibles, en su mayoría, son inadecuados.
En los países ricos, los médicos se precipitan excesivamente en recetar analgésicos adictivos —una práctica que se está extendiendo al mundo en vías de desarrollo—. También son demasiado rápidos en ordenar tomografías por resonancia magnética (TMR). En los países ricos, posiblemente es innecesario el 80% de TMR para explorar lumbalgias.
Con frecuencia, los escaneos hallan una “anormalidad”, como una degeneración discal o una hernia discal, que son comunes incluso en gente que no sufre dolores de espalda. Pero a menudo los desesperados pacientes exigen una pronta intervención para “corregir el problema” que el escaneo ha revelado. Así que son comunes las cirugías cuyos beneficios no han sido comprobados o que han resultado ser inútiles.
De acuerdo con la aseguradora estadounidense Cigna, el 87% de clientes que se sometió a cirugía de fusión vertebral por desgaste de discos espinales, seguía sintiendo tanto dolor dos años después de la operación que necesitó más tratamiento. Y las inyecciones espinales, otro tratamiento, suelen tener poco efecto.
En la mayoría de casos de lumbalgia, el mejor tratamiento no es médico: realice ejercicios de estiramiento, manténgase en movimiento, no renuncie al trabajo ni permanezca tirado en la cama durante días —esto probablemente empeore la situación—. Pero sobre todo, tenga paciencia.
Podría ser que el problema no sea su espalda, sino que el sistema de señales cerebrales no esté funcionando apropiadamente —por desgracia, la ciencia médica no sabe por qué pasa esto—. Asimismo, el dolor podría ser parcialmente sicosomático. El estrés de un matrimonio que no funciona, un jefe espantoso o un vástago enfermo podrían provocar padecimientos lumbares.
Las personas que de jóvenes sufren traumas mentales tienen más probabilidad de experimentar dolores de espalda en la mediana edad. En muchos casos, los ejercicios adecuados y el paso del tiempo pueden aliviarlos. Y a diferencia de las cirugías, cuestan muy poco y no es probable que empeoren las cosas.
Los sistemas de salud no entienden el dolor de espalda por varios motivos. Como es lógico, quienes lo sufren desean que se haga algo para detener su agonía, de modo que es más fácil para un médico recetar analgésicos, escaneos o inyecciones, que explicarles a sus pacientes que es poco probable que tales tratamientos funcionen.
Se suele pagar más a médicos y clínicas por hacer cosas que por dar consejos. En Estados Unidos, Australia y Países Bajos, las aseguradoras pagan por cirugías de espalda que cuestan decenas de miles de dólares, pero apenas si cubren fisioterapia.
La respuesta es educar mejor a los pacientes a fin de que no sientan que les están engañando cuando les recomienden hacer ejercicios de estiramiento. Los médicos necesitan mayor capacitación —el dolor de espalda recibe poca atención en los currículos de Medicina—. También hace falta más investigación sobre la eficacia de la cirugía. Pero por sobre todo, se necesita que gobiernos y aseguradoras comiencen a pagar por lo que es eficaz.
Será difícil. Las intervenciones costosas cuentan con un poderoso lobby y no existe un sector fisioterapeuta que ejerza contrapeso. Con suerte, podrían desarrollarse más tratamientos eficaces en los próximos años, pero por ahora, los gobiernos deben mostrar algo de decisión y darles la espalda a tratamientos que no funcionan.