Más rápida, más barata y mejor: la tecnología es un campo en el que muchas personas confían para ofrecer una visión de un futuro mejor. Pero a medida que empieza la década del 2020, el optimismo es escaso. Las nuevas tecnologías que dominaron la última década parecen empeorar las cosas.
Se suponía que las redes sociales unirían a las personas. En la primavera árabe del 2011 fueron aclamadas como una fuerza liberadora. Hoy son más conocidas por invadir la privacidad, difundir propaganda y socavar la democracia. El comercio electrónico, el transporte solicitado a través de apps y la economía de los trabajos independientes (gig economy) pueden ser convenientes, pero se les acusa de pagar menos a los trabajadores, exacerbar la desigualdad y generar caos vehicular. A los padres les preocupa que los smartphones hayan convertido a sus hijos en zombis adictos a la pantalla.
Las tecnologías que se espera dominen la nueva década también parecen traer un oscuro panorama. La inteligencia artificial (IA) podría afianzar sesgos y prejuicios, amenazar empleos y fortalecer a gobernantes autoritarios. La red 5G está en el centro de la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Los vehículos autónomos todavía no salen a las calles, pero aun así han causado la pérdida de vidas humanas. Las encuestas muestran que las empresas de Internet ahora son menos confiables que la industria bancaria.
En el mismo momento en que los bancos se esfuerzan por renovar su imagen como empresas tecnológicas, los gigantes de Internet se han convertido en los nuevos bancos, transformándose de imanes de talento a parias. Incluso sus empleados se han sublevado.
The New York Times resume la oscuridad invasora como "un ambiente de pesimismo" que ha desplazado "la idea del progreso inevitable nacido en las revoluciones científicas e industriales". Un detalle: esas palabras son de un artículo publicado en 1979. En aquel entonces, el periódico se preocupaba de que la ansiedad fuera "alimentada por crecientes dudas sobre la capacidad de la sociedad para controlar las fuerzas aparentemente desbocadas de la tecnología".
El ánimo sombrío de hoy se centra en los smartphones y las redes sociales, que despegaron hace una década. Sin embargo, las preocupaciones de que la humanidad haya dado un giro tecnológico erróneo o de que determinadas tecnologías puedan estar haciendo más daño que bien, han surgido desde antes. En la década de 1970, el desánimo fue provocado por las preocupaciones sobre la sobrepoblación, el daño ambiental y la perspectiva de la inmolación nuclear.
La década de 1920 fue testigo de una reacción violenta contra los automóviles, que anteriormente habían sido vistos como una respuesta milagrosa a la aflicción de los vehículos jalados por caballos, que llenaron las calles de ruido y estiércol, y causaron congestión y accidentes.
Y la plaga de la industrialización fue condenada en el siglo XIX por los luditas, románticos y socialistas, que se preocuparon (con razón) por el desplazamiento de artesanos calificados, la depredación del campo y el sufrimiento de los obreros que trabajaban en fábricas de humo.
En cada uno de estos casos históricos, la decepción surgió de una mezcla de esperanzas no realizadas y consecuencias imprevistas. La tecnología desata las fuerzas de la destrucción creativa, por lo que es natural que conduzca a la ansiedad; para cualquier tecnología, las desventajas a veces parecen ser mayores que sus beneficios. Cuando esto sucede con varias tecnologías a la vez, como hoy en día, el resultado es un sentido más amplio de “tecnopesimismo”.
Sin embargo, ese pesimismo puede ser exagerado. Con demasiada frecuencia, las personas se centran en los inconvenientes de una nueva tecnología y dan por sentado sus beneficios. Las preocupaciones sobre el tiempo frente a la pantalla deben compararse con los beneficios mucho más sustanciales de la comunicación ubicua y el acceso instantáneo a la información y entretenimiento que los smartphones hacen posible.
Otro peligro es que los esfuerzos luditas para evitar los costos a corto plazo asociados con una nueva tecnología terminarán negando el acceso a sus beneficios a largo plazo, algo que Carl Benedikt Frey, un académico de Oxford, llama una “trampa tecnológica”. El temor de que los robots roben los trabajos de las personas puede llevar a los políticos a gravarlos, por ejemplo, para desalentar su uso. Sin embargo, a largo plazo, los países que deseen mantener su nivel de vida en tanto su fuerza laboral envejece y disminuye, necesitarán más robots, no menos.
Eso apunta a otra lección: el remedio a los problemas relacionados con la tecnología a menudo involucra más tecnología. Por ejemplo, las bolsas de aire y otras mejoras en temas de seguridad ha significado que en EE.UU. las muertes en accidentes automovilísticos por cada mil millones de millas recorridas han disminuido de unas 240 en la década de 1920 a alrededor de 12 en la actualidad.
La IA se está aplicando como parte del esfuerzo para detener el flujo de material extremista en las redes sociales. El último ejemplo es el cambio climático. Es difícil imaginar una solución que no dependa en parte de las innovaciones en energía limpia, captura de carbono y almacenamiento de energía.
La lección más importante es sobre la tecnología misma. Cualquier tecnología poderosa puede usarse para bien o para mal. Internet promueve la comprensión, pero también es el medio por el cual se viraliza videos de personas siendo decapitadas. La biotecnología puede aumentar el rendimiento de los cultivos y curar enfermedades, pero igualmente podría conducir a armas mortales.
La tecnología en sí misma no tiene capacidad de acción: son las elecciones que las personas hacen al respecto las que dan forma al mundo. Por lo tanto, las críticas a la tecnología son un paso necesario en la adopción de nuevas tecnologías importantes. En el mejor de los casos, ayudan a enmarcar cómo la sociedad acepta las innovaciones e impone reglas y políticas que limitan su potencial destructivo (cinturones de seguridad, convertidores catalíticos y regulaciones de tráfico), acomodan el cambio (escolarización universal como respuesta a la industrialización) o plantean un intercambio (entre la conveniencia del transporte a través de apps y la protección de trabajadores independientes). Un escepticismo saludable significa que estas preguntas se resuelven mediante un amplio debate, no por un grupito de tecnólogos.
El motor moral
Quizás la verdadera fuente de ansiedad no sea la tecnología en sí misma, sino las crecientes dudas sobre la capacidad de las sociedades para sostener este debate y encontrar buenas respuestas. En ese sentido, el “tecnopesimismo” es un síntoma del pesimismo político. Sin embargo, hay algo perversamente tranquilizador sobre esto: un debate sombrío es mucho mejor que ningún debate.
Y la historia aún respalda el optimismo en general. La transformación tecnológica desde la Revolución Industrial ha ayudado a frenar antiguos males, desde la mortalidad infantil hasta el hambre y la ignorancia. Sí, el planeta se está calentando y la resistencia a los antibióticos se está extendiendo. Pero la solución a tales problemas requiere el despliegue de más tecnología, no menos. Entonces, a medida que transcurre la década, deje a un lado el pesimismo por un momento. Estar vivo en una década del 2020 obsesionada por la tecnología es estar entre las personas más afortunadas que jamás hayan vivido.