Enfundado en un saco a cuadros, camisa almidonada y portando sus clásicas gafas de marco ovalado, se abre paso entre la muchedumbre. El autor que impregnó a su narrativa de una prosa humorística, satírica y vivaz luce un andar un poco desorientado.

Busca su lugar, se sienta y acomoda. Sonríe apenas. De pronto queda resguardado por Fernando Ampuero, Maria José Caro y Karina Pacheco. Ellos presiden el conversatorio “Reencuentro de generaciones” en Librerías Crisol. ¿Cómo inició su afición por la literatura?, ¿quiénes siguen siendo sus referentes?, ¿cómo es su ambiente bibliotecario?

Sin permiso para leer

“Siempre recuerdo una escena de ‘400 golpes’, cuando un niño le enciende una velita a Honoré de Balzac como si se tratara de un santo”, lanza Ampuero. Y, de inmediato, compone una suerte de panegírico: “Me siento identificado: el libro tiene un impacto emocional en mí como si fuese un objeto sagrado”.

Y es que al autor de “La bruja de Lima” las librerías siempre le han parecido una prolongación de los abarrotados estantes de su abuelo: una fuente de gratas sorpresas.

Bryce se remonta a la década del 70 cuando solía frecuentar la emblemática librería Mejía Baca de la calle Los Huérfanos, donde incluso llegaban figuras como Sebastián Salazar Bondy o Pablo Neruda para conversar con su ilustre librero.

Pero el autor de “Un mundo para Julius” también es consciente de que incluso en literatura la tentación es grande: hay quienes roban libros para lucrar y quienes lo hacen solo por el placer de leerlos. Así confiesa sin tapujos: “En París había una librería extremadamente grande que todos frecuentábamos. Ahí estaban todos los libros que querías leer…o tal vez robar. Yo solo lo hice una vez”.

Cuenta que sucedió cuando encontró varios ejemplares de su primer libro “Huerto cerrado” del cual no tenía ninguno. “El momento fue propicio... pero me pescaron. Al final me regalaron de todo para consolarme”, dice a la vez que provoca risas entre los asistentes.

No habría sido la única experiencia. “Poco después con Mario Vargas Llosa entramos a una librería (también parisina), él salió con varios libros bajo el brazo y en la esquina se dio cuenta de que había olvidado pagarlos, me dijo ‘hay que volver’, entonces le dije ‘pero si es la oportunidad que todos queremos en la vida y a ti te la han regalado’”.

Jamás seremos minimalistas

Ampuero, de su lado, confiesa que siempre ha procurado ser selectivo con lo que ocupa espacio en su biblioteca. “Mi ambición ha sido la de ser minimalista, pero soy un fracaso como tal”, señala con una sonrisa.

Por su parte, Karina Pacheco considera que su vinculación con cada uno de sus libros “es tremenda. Tanto que siento que un día me van a expectorar de casa porque no tengo más espacio”. Similar es la situación de María José Caro, quien se confiesa “desordenada”, con la única afición de especificar la fecha de inicio y de término de cada lectura.

Más allá de la forma, los escritores también entran en detalle sobre aquellos autores que le son fuente de inspiración.

Ampuero confiesa que el que más le seduce y conmueve es Abraham Valdelomar. “Es el primer autor provinciano con el que me identifico mucho. He leído a autores indigenistas a los que admiré, pero con los que no llegué a conectar así”, anota.

“Para mí Vallejo es literatura pura, me anima a seguir escribiendo cada vez que me atasco”, dice Bryce Echenique. Y añade lacónicamente “Aunque ahora solo podría escribir ‘permiso para escapar’”.

otrosí digo

Enfoque. En diálogo con Gestión, las escritoras Karina Pacheco y María José Caro defendieron mantener la exoneración tributaria en la industria editorial. “No se le puede dar al libro el tratamiento de cualquier mercancía porque no lo es”, dice la autora de “¿Qué tengo de malo?”. “Las municipalidades necesitan bibliotecas que debieran nutrirse no solo a través de donaciones (…) Por esto requerimos una ley del libro más sostenida”, puntualiza la escritora de “El bosque de tu nombre”.

En París había una librería en donde estaban todos los libros que querías leer... o tal vez robar. Yo lo hice una vez.