Pablo Sandoval dirige el sello editorial La Siniestra. (Foto: IFEA)
Pablo Sandoval dirige el sello editorial La Siniestra. (Foto: IFEA)


En un país que no está acostumbrado a leer, vender libros puede resultar un laberinto agotador. Pese a contar con una amplia tradición literaria, el interés popular no se centra en estos títulos. El lector peruano no quiere saber sobre Vargas Llosa, pero sí busca la respuesta a una interrogante que planteó en 1969: ¿en qué momento se jodió el Perú?

Durante los últimos años, la Feria Internacional del Libro (FIL) en Lima ha ubicado en su podio títulos de corte más periodístico o social, más cercanos al ensayo que a la ficción. Autores como Gustavo Gorriti o Pedro Cateriano protagonizaron la solapa de los best-sellers de grandes editoriales. En el terreno independiente, el fenómeno era exactamente el mismo.

Pablo Sandoval dirige La Siniestra, el sello ensayístico de Estación La Cultura. Si bien describe un divorcio entre los académicos peruanos y el público general, la reconciliación no luce tan lejana como antaño.

—¿A qué escenario se enfrentaba el género antes de este 'boom' de la no ficción?

Teníamos dos extremos. Había libros demasiado light o muy especializados, en donde encontrabas siete pies de página en una sola hoja. Para este formato de lector, era imposible de leer.

Sin embargo, nos dimos cuenta de que había una demanda o un nicho de mercado por atender, y que usualmente las editoriales establecidas ignoraban. Y es un público que regularmente asiste a la FIL.

— ¿Cómo es este público?

No existe información oficial del perfil del lector. Pero sabemos que es un lector joven, entre 20 y 35 años, que quiere saber sobre historia contemporánea: siglo XX y lo que va del XXI. Está interesado en leer sobre historia, violencia política, economía (pero no escrita por economistas), y está muy interesado en la historia política.

—¿Por qué los peruanos insistimos en conocer más sobre estos temas, no solo en libros, sino en el teatro, películas, etc.?

Creo que hay una insatisfacción de ese público por las respuestas que hasta ahora han recibido. No hay un consenso sobre el pasado. Hay una disputa por las memorias de este pasado reciente. Eso se expresa en el tipo de política que tenemos en el país: fragmentación, polaridad, falta de consenso.

Estamos anclados en un tiempo anterior que nos aprisiona y no nos permite avizorar escenarios posibles: no como hechiceros que ven el futuro, sino a partir de las evidencias que tenemos en el presente y lo que hemos aprendido. No estamos diciendo hacia dónde queremos ir.

—Y los ensayos actuales tampoco atienden esa curiosidad...

El mundo académico especializado no conecta con el sentido común, básicamente, por el lenguaje. No es que estén errados en sus ideas, sino que las plantean en un lenguaje inaccesible. No hay una traducción editorial entre la súper investigación y la demanda ciudadana. El problema es que falta espíritu narrativo.

Creemos que la narrativa debe regresar al ensayo y ciencias sociales. Sin estilo narrativo, y aquí los periodistas son los grandes especialistas, no vamos a llegar a esa demanda plural y heterogénea que existe. Quien no te entiende a la primera, no te va a leer la segunda página.

—¿La solución, entonces, es que la academia adopte la técnica periodística?

Los periodistas pueden escribir ensayos, pero los científicos sociales no somos periodistas. Los tiempos del académico son más lentos que la vida cotidiana, entre que piensas un tema y escribes sobre ello, tienes que calmarte un poco, meditar y escribir, no es tan mecánico.

Escribimos, investigamos, y el esfuerzo que tenemos que hacer es que esas grandes hipótesis sobre el país se plasmen en una escritura accesible, no en el sentido 'light', sino para crear sintonía y diálogo con el público lector. Si no hay ese sentido de empatía con el lector, es imposible que la demanda sea satisfecha.

—Mencionaba que estamos "anclados en el pasado", específicamente en la etapa de la crisis política y el terrorismo. Sin embargo, crisis actuales no faltan. ¿Por qué no hablar o explicar sobre problemas de nuestro presente?

No hay un libro profundo, no para especialistas, que nos haya contado lo que pasó al final del primer fujimorismo, de los años 90, cuyo desenlace es la marcha de los cuatro suyos. No hay un libro que empaquete ese período y te lo cuente.

Menos hay sobre estas nuevas marchas, desde la Ley Pulpín o el No a Keiko. Los académicos no estamos mirando lo que está ocurriendo en el país para explicar y contarlo en un libro.

—¿Y quiénes sí lo están haciendo?

Donde más se ha planteado este escenario es en la gastronomía. Los gastrónomos intelectuales como Gastón Acurio son quienes lanzan futuros de un país deseable, desde su propia tribuna.

Gastón Acurio te construye un relato de país. Dice "mira, somos un país que tiene una gran diversidad cultural y gastronómica; somos culturalmente diversos, no solo somos la élite de Lima". Es un tipo que conectó con la sociedad, recogió las experiencias y relatos del bodeguero que vendía 'choripán' o la señora de la mazamorra y elaboró un discurso nuevo que decía "si no vamos juntos, no vamos".

—¿Qué debe aprender la industria editorial de Gastón Acurio?

Eso es lo que falta desde los intelectuales, desde el poeta hasta el politólogo más sesudo. En el mundo editorial, la gente tiene un montón de historias que contar o que le cuentan sobre sus historias, y es el mundo editorial el que está todavía sin responder.

Hay señales sin respuesta: las señales de la ciudadanía y la respuesta que no ofrecemos nosotros. Esto tiene una consecuencia en el mercado, porque no solo son buenas intenciones, sino buscar un mayor crecimiento editorial, público lector, ventas, circuitos o incentivos que pueda brindar el Estado.