Alex Webb
La incapacidad del FC Barcelona para retener a Lionel Messi no es solo una señal de la mala gestión del gigante del fútbol español, también pone de relieve las debilidades de que los equipos pertenezcan a los fanáticos.
El club anunció el jueves que Messi, la talismánica superestrella que ha llevado al club a 10 títulos de LaLiga y cuatro títulos de la Liga de Campeones, se va del club. El Barça finalmente no pudo sustentar su gasto salarial –que ascendería a US$160 millones al año– sin violar las regulaciones financieras de LaLiga, la principal liga de fútbol de España.
El Barcelona no es solo el equipo más rico del fútbol, es el equipo más rico de los deportes, y punto. Al menos, en términos de ingresos. En 2018, se convirtió en el primer club deportivo en generar más de US$1,000 millones en ingresos anuales. Los jugadores del equipo de fútbol americano Dallas Cowboys, de la NFL, generan una comparativamente miserable cifra de US$800 millones.
Pero a diferencia de los Cowboys, el Barcelona registra muy pocas ganancias. En los 12 meses hasta junio de 2020, reportó una pérdida operativa de 100 millones de euros (US$118 millones). Incluso ajustado por el impacto del COVID-19 en los deportes en vivo, el equipo solo habría obtenido una ganancia operativa de 29 millones de euros. El Barça espera pérdidas de 487 millones de euros este año. Forbes estima que los Cowboys disfrutaron de una ganancia operativa de US$280 millones en 2020.
Por supuesto, hay razones estructurales que hacen que las finanzas del fútbol americano sean más estables y seguras que las del fútbol, entre otras cosas, porque los equipos nunca corren el riesgo de ser relegados a una competencia inferior. Pero incluso en comparación con sus propios pares del fútbol, el historial de Barcelona es desafortunado. Joan Laporta, presidente del club, dijo el viernes que el monumental gasto salarial representa el 110% de los ingresos. Y el modelo de que el equipo pertenezca a su hinchada es una de las causas.
La mayoría de los equipos en Europa son empresas con propietarios privados. Pero hay excepciones. En Alemania, existe la llamada regla del 50+1, donde una participación de control de la mayoría de los equipos de la Bundesliga debe ser propiedad de organizaciones de aficionados, aunque inversionistas privados pueden poseer las acciones restantes. Y en España, los dos clubes más exitosos, el Barcelona y el Real Madrid, son 100% propiedad de sus fanáticos.
Durante las décadas de 1990 y 2000, esto dio a los gigantes españoles una ventaja financiera sobre sus rivales de Inglaterra e Italia. Dado que no necesitaban entregar ganancias a los accionistas, pudieron financiar costosas adquisiciones de jugadores con una enorme cantidad de deuda. Superestrellas como Zinedine Zidane, Luis Figo, David Beckham y Ronaldinho se fueron directamente a la península Ibérica.
Pero la llegada de propietarios multimillonarios como Roman Abramovich al Chelsea, el fondo soberano de Qatar al Paris Saint-Germain y el jeque Mansour bin Zayed Al Nahyan al Manchester City volvió a ponderar la balanza. Eran clubes financiados no solo con deuda, sino con inversiones de capital. Los clubes españoles no pueden vender una participación sin la aprobación de la fanaticada, un escenario que es casi inimaginable. Así que han tenido que competir con los nuevos ricos del deporte a la hora de fichar a los mejores jugadores, pero sin el mismo acceso al capital.
Eso hizo que el Real y el Barça debieran encontrar formas ingeniosas de acceder a nuevos fondos. La muy difamada Superliga Europea fue una forma de hacerlo. La propuesta de un torneo cerrado con un modelo similar al de los deportes estadounidenses se estructuró como una empresa conjunta entre los miembros. Eso significaba que tenían capital social, capital que se podía monetizar o hipotecar para obtener más capital. La Superliga, con justa razón, murió rápidamente.
Ahora LaLiga ofrece a los equipos españoles una oportunidad similar. La competencia acordó vender una participación de alrededor del 10% de sus intereses comerciales al gigante de capital privado CVC Capital Partners por unos US$32,000 millones. La Serie A de Italia y la Bundesliga de Alemania ya rechazaron propuestas similares. Pero el Barcelona, en particular, podría necesitar este acuerdo más que sus rivales continentales.
Finalmente, dado que el Barça nunca ha tenido que generar beneficios para accionistas, se ha operado de forma sostenida con márgenes muy ajustados. Mientras pudiera pagar sus obligaciones de deuda, la mayor parte del capital se reinvertía en el equipo de juego. Eso funcionó mientras los ingresos mantuvieron una tendencia al alza. Pero había poco capital reservado para épocas de vacas flacas. Y el virus ha sido una época de vacas muy flacas. La mayoría de los clubes se las han arreglado para capear la recesión. Pero el Barcelona no ha podido (el Real Madrid no está en una situación tan difícil, pero tampoco ha tenido que aguantar el efecto inflacionario del gasto salarial de Messi).
Condenada al fracaso, la Superliga llevó a algunos a proponer el modelo de equipos pertenecientes a sus hinchadas como una solución a las extralimitaciones del capital privado en el deporte. Pero la experiencia del Barcelona apunta a sus deficiencias. El modelo alemán, con su equilibrio entre propiedad privada y de los fanáticos, parece más sensato.
La decisión de Laporta de dejar ir a Messi presagia un cambio de mentalidad. El viernes, dijo que no apoyaría la venta de los derechos de transmisión futura del deporte para financiar el equipo de juego actual. Pareció ser un indicio de que se oponía al acuerdo de CVC de LaLiga. Pero por mucho que quiera dejar de hipotecar las futuras ganancias del club para comprar a los mejores jugadores de hoy, eso no suele ser lo que los fanáticos quieren escuchar; ellos quieren que se abran los talonarios de cheques para los mejores jugadores. Y son los aficionados los que eligen al presidente.
Si esa sabiduría de las masas prevalece la próxima vez que se celebren las elecciones de clubes, hay pocas razones que indiquen que el Barcelona no volverá a encontrarse en un lío similar a su situación actual.