Fito Espinosa llegó al arte dejándose influenciar por el cine, los libros, la música, mas no por exposiciones. Por eso tenía claro, desde los 17 años, que su trabajo debía estar presente en la cotidianidad. “Como la gastronomía. Mientras mejor les vaya a los chifas, más personas estarán interesadas en estudiar la movida”, dice a sus 50 años.
¿El artista lidia con el miedo a ser demasiado popular?
En mi caso, siempre quise hacer trabajos de alcance masivo, pero al mismo tiempo quería hacer algo personal. Así que recién empecé a trabajar a los 38 años en ser popular. Antes pasé 15 años exponiendo en galerías. Pero me aburrí del mundo del arte en Lima, que es muy pequeño.
¿El público puede llegar a sentir rechazo por un artista muy conocido?
Las personas suelen ver positivo que el arte sea popular. Quienes no lo hacen consideran que el arte es aún elitista. La mayoría de personas que no tenemos tiempo para leer filosofía (ríe) toma muy bien un mural de la calle, por ejemplo.
Es positivo que haya cambiado esa visión entonces...
Si uno revisa la historia, el arte siempre fue popular. Por ejemplo, en el Renacimiento, Miguel Ángel o Leonardo da Vinci, no pintaban lo que se les daba la gana. Casi todo lo que hacían era por encargo para reyes o para la Iglesia.
¿Cómo consigue no pelear con su lado artístico cuando hace pedidos?
Evalúo muy bien los proyectos a los que accedo, cuál es el espíritu de lo que se busca y trato de llegar primero a un acuerdo. A veces me proponen cosas con las que no estoy de acuerdo porque no van con lo que quiero proyectar.
¿Cuándo no piensa mucho antes de dar el “sí”?
Cuando es una plataforma que va a llegar a mucha gente y es un proyecto que solo no podría hacer. En el 2019 hice una intervención a un vagón de tren Belmond que llega a Machu Picchu. Accedo porque imagino que miles de personas lo verán y no tengo esa logística. Es lo que soñaba cuando tenía 17.
¿Cuál es el eterno drama del artista?
Tener trabajos maravillosos, pero no saber con quién contactar para llegar al público, cómo tener relación con los espacios que tienen el poder de vender tu arte. Muchos terminan contactando más rápido con galeristas de otros países que dentro del Perú.
Cuando se habla de Perú, a veces nos referimos solo a Lima. Y esta a veces es solo Miraflores o Barranco. ¿Cómo cambiar esto al referirnos a arte peruano?
Es un tema económico básicamente. Pero hace tiempo estuve indagando sobre la movida en ciudades grandes como Arequipa o Piura. En esta última me cuentan que no hay galerías. Es difícil para un artista que trabaja solo ir a abrir un espacio para descentralizar.
¿De qué otras maneras ha buscado subsistir sin renunciar a su sueño?
Si haces una sola cosa es difícil de sostener en el tiempo. Recuerdo que en un mes vendía dos cuadros y era feliz, pero al siguiente no vendía nada. Antes era divertido, pero cuando tienes hijos ya no es nada gracioso no vender lo único que sabes hacer.
Así empecé a enseñar en la universidad y a diversificar mi negocio.
No todo puede ser por amor al arte...
Empecé a ver qué hace un empresario y cuál es la diferencia con un artista que vende sus cuadros. Tuve que aprender a trabajar con gente y seguir mi intuición. No estaba muy equivocado. Me di cuenta que el público quería consumir cosas de diseñador. Ahora tengo una línea de cerámica, rompecabezas, grabados, libros, trabajo con marcas.
¿Es ahora más estratégico?
Y no fue solo por una cuestión comercial. Cuando venían jóvenes a preguntar el precio de un cuadro, se iban tristes porque no podían comprarlo. Pensaba: “no puede ser que se mueran por mi trabajo y no pueda darles nada”.
EL DATO
Último proyecto. La Rambla, Fito Espinosa y Hogar Pendiente se unieron en la iniciativa “Feliz Navidar” para contribuir con el proyecto social de Juguete Pendiente. Se buscó con esto ofrecer un hogar a personas vulnerables que llegan a la capital en busca de tratamientos para enfermedades complicadas.