(Bloomberg View).- Las Olimpiadas de Río aún no han resultado ser el desastre que algunos temían. El Zika sigue al acecho, por supuesto, pero no se han escuchado los humillantes relatos de catástrofes grandes y pequeñas que corrieron durante las Olimpiadas de invierno de Sochi en 2014.

En el mejor de los casos, sin embargo, siguen siendo un desastre para el país anfitrión. ha gastado en las Olimpiadas una cifra estimada en US$ 12,000 millones, y si bien una buena parte se ha destinado a mejorar infraestructura, es mucho lo que se ha volcado al tipo de infraestructura que no tiene grandes beneficios a largo plazo, tal como estadios para eventos no muy populares. Eso, por otra parte, ocurre en un país cuy economía ha sido golpeada en los últimos tiempos como consecuencia de la burbuja global de materias primas.

"Desastre" no es una hipérbole en este caso. Cuando estuve en Grecia el año pasado para cubrir las elecciones y la crisis de los refugiados, virtualmente todas las personas con quienes hablé coincidían en que las Olimpiadas de Atenas de 2004 habían sido el momento culminante de la Grecia moderna.

Todos coincidieron, además, en que las Olimpíadas habían asestado un golpe doloroso a la situación económica de Grecia. El gobierno se endeudó para gastar en instalaciones a las que no podría dar uso alguno una vez finalizados los Juegos.

No es algo inusual. Con frecuencia se sostiene que las Olimpiadas producirán una ola, un verdadero tsunami, de beneficios económicos. La realidad, como dice The Economist, es que "los gobiernos municipales prudentes deberían evitar a toda costa las competencias". Se quedan cortos. Los gobiernos municipales prudentes deberían huir a los gritos de cualquier propuesta de ser sede olímpica.

Por empezar, hay una serie de instalaciones que hay que construir con rapidez y entregar absolutamente a tiempo. A eso se le suma la necesidad de transportar personas entre las sedes, lo que exige mejoras caras de infraestructura. Hay que agregar, por otra parte, el hecho de que, una vez que las Olimpiadas se trasladan a la siguiente sede, será necesario mantener todos esos lugares o darles otro destino.

¿Y las ventajas económicas? Las ciudades que son sede olímpica no ven necesariamente un aumento del turismo. Si bien es indudable que las Olimpiadas atraen aficionados a muchos deportes, también desalientan a muchos otros turistas que quieren evitar la congestión y otras problemáticas asociadas. Según The Economist, "Pekín y Londres atrajeron pocos visitantes durante sus Olimpiadas de verano de 2008 y 2012 respectivamente, menos que en el mismo período del año previo".

Además, si bien algunas de las instalaciones después pueden reorientarse hacia deportes más rentables, eso es menos consuelo de lo que podría pensarse dado que, en líneas generales, los estadios suelen no tener buenos antecedentes en lo relativo a levantar la actividad económica local. Por otra parte, si bien ciertas mejoras de la infraestructura, como la inversión en carreteras, podrían rendir frutos, la realidad es que se trata de inversiones concentradas en trasladar gente entre sedes olímpicas y no en transportarla a lugares a los que concurren durante el 99% de su vida una vez finalizadas las Olimpiadas, lo que hace aún más dudosos sus beneficios.

La deuda para financiar esas "inversiones", por otra parte, es una carga pesada y permanente para países con problemas económicos. La larga planificación necesaria para organizar las Olimpiadas –la propuesta de Río se aceptó en 2008- significa que un país como Brasil puede asumir obligaciones en épocas de auge y luego verse obligado a invertir miles de millones cuando la economía atraviesa momentos difíciles. No es la manera de gestionar un evento deportivo.

Se podría, como sugirió hace poco Megan Greenell en Wire, realizar las Olimpiadas en múltiples ciudades, de modo tal que la carga no recayera demasiado en un solo lugar. Si se permite que distintas ciudades inviertan en sedes permanentes de algún deporte en el que se destaquen, eso reduciría los costos y permitiría que los países tuvieran un excelente desempeño en la recepción del deporte de su elección.

Eso, sin embargo, equivale a renunciar a la idea de las Olimpiadas, que se supone son una gran reunión de atletas de todos los países y de muchos deportes.

Hay otra alternativa: una Olimpiada tradicional, en verdad tradicional, que se celebre siempre en el mismo lugar, en un lugar como… Grecia, donde las Olimpiadas nacieron.

Es lo que sugiere Paul Glastris, el editor del Washington Monthly. Las Olimpiadas, después de todo, no sólo implican mucha inversión en capital tangible; también implican el desarrollo de capital humano, que se desperdicia a manos llenas cuando las Olimpiadas dejan una ciudad.

Elegir una sola ciudad elimina ese problema, y hacer que esa ciudad sea Atenas elimina buena parte de los problemas de elegir una ciudad, lo cual inevitablemente genera tensiones políticas entre norte y sur, oriente y occidente. Grecia, a diferencia del resto de la comunidad internacional, tiene un atractivo único para convertirse en sede olímpica permanente. Eso nos libraría a todos los demás de organizar elefantes blancos cada cuatro años.

Es una ventaja por donde se lo mire.

Por Megan McArdle.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión del consejo editorial, la de Bloomberg LP ni la de sus propietarios.

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