En una explosión de hipérboles y confusión histórica, Rafael Correa comparó la segunda vuelta electoral en Ecuador el mes pasado con "la batalla de Stalingrado", en la que su gobierno de izquierda estaba "luchando contra la derecha global".

Sin embargo, el resultado estuvo lejos de la derrota conseguida en las estepas rusas: más bien, el candidato de Correa, Lenín Moreno, logró una estrecha victoria de 51% frente a 49% para Guillermo Lasso, un banquero conservador. Aun así, el resultado interrumpió el reciente retroceso de la "marea rosa" en Sudamérica que ha visto varias victorias electorales para la centroderecha.

Las perspectivas para la presidencia de Moreno, que comienza hoy, son inusualmente inciertas. Su primera tarea es establecer su legitimidad en la práctica. Algunos en la oposición cuestionan su victoria. Las computadoras de la autoridad electoral dejaron de funcionar por un corto lapso cuando Lasso tenía una ventaja inicial.

La policía allanó a Cedatos, la firma de encuestas más confiable de Ecuador, confiscando sus computadoras, luego de publicar una encuesta a boca de urna que daba la victoria a Lasso. La autoridad electoral controlada por el gobierno rechazó la petición de Lasso de un recuento completo. Sin embargo, los gobiernos de la región no tardaron en felicitar a Moreno. Preocupados por Venezuela, lo último que quieren es otro conflicto.

Moreno le debió su victoria principalmente a los logros de Correa durante más de una década en el poder. Ayudado por el alto precio del petróleo durante gran parte de su mandato, trajo estabilidad a un país que había tenido ocho presidentes, tres golpes de Estado y un colapso cambiario en los once años anteriores. Invirtió en nuevas carreteras, hospitales y asistencia social, al tiempo que impulsó el empleo público. La tasa de pobreza disminuyó de 40% en el 2006 a 23% el año pasado. Utilizó su popularidad para crear una autocracia elegida.

Bajo su infame ley de comunicaciones, los medios de comunicación han enfrentado duras multas cuando han publicado artículos que el presidente considera difamatorios y (aún más escandaloso) cuando no han publicado artículos que él piensa que deberían publicar.

Al final, Correa se excedió. No consiguió ahorrar nada de sus ganancias del petróleo. En tanto cayeron los ingresos del petróleo, y consigo el gasto público, la economía se ha estado contrayendo por casi dos años. El presidente perdió las clases medias urbanas cuando trató de aumentar los impuestos.

Una oposición más unida podría haber ganado fácilmente las elecciones presidenciales. El partido Alianza PAIS de Correa recibió solo el 39% de los votos en las elecciones legislativas de febrero, aunque ganó 74 de los 137 escaños en la Asamblea Nacional gracias a la manipulación de distritos electorales.

Todo esto significa que Moreno tiene una herencia complicada. La pregunta más importante para Ecuador, hasta ahora sin respuesta, es si Moreno es dueño de sí mismo, o simplemente el títere de Correa. Y si es independiente, ¿qué clase de político es?

En silla de ruedas desde que fue asaltado en 1998, Moreno fue vicepresidente de Correa entre el 2007 y 2013. Es más conciliador que su irascible predecesor. Tiene amigos en el sector privado, pero también entre los izquierdistas que se pelearon con Correa. A cuál de estos dos grupos él favorece quedará más claro una vez que anuncie su gabinete.

Cualesquiera que sean sus preferencias, es probable que sus acciones sean limitadas por las difíciles circunstancias de Ecuador. El déficit fiscal ha promediado el 5% del PBI desde el 2013. Como el país usa el dólar como moneda, no puede imprimir dinero. Ha tapado la brecha en parte a través de la emisión de bonos internacionales, pero los inversionistas están exigiendo una tasa de interés de alrededor de 10%.

El mes pasado, Moreno recibió a Yanis Varoufakis, un ex ministro de Finanzas griego de izquierda y ahora una estrella bien remunerada entre los oradores, quien lo alentó a usar las ventajas de pagar a los proveedores y trabajadores públicos con dinero electrónico. Correa promulgó leyes para permitir esto.

Pero cualquier intento de utilizarlos para financiar el déficit corre el riesgo de desencadenar un retiro de efectivo en grandes cantidades de los bancos y la fuga de capitales, en tanto los ahorristas podrían temer que su dinero no sea devuelto en dólares. Sin embargo, la dolarización es muy popular. Las elecciones de Moreno pueden reducirse de este modo a recortar el gasto con un acuerdo del FMI o sin él. Tampoco es políticamente aceptable.

Ecuador no es Venezuela, gracias en parte a su dolarización y a la independencia de las fuerzas armadas. Pero tampoco goza de vigorosos controles y contrapesos. Moreno no critica el "socialismo del siglo XXI" de Correa, un término copiado de Hugo Chávez, pero dice que ya pasó esa época. "Ahora viene una nueva era", promete, marcada por el diálogo y la tolerancia. Ha hecho una vaga promesa de reformar la ley de comunicaciones.

Correa planea trasladarse a Bélgica, el país de origen de su esposa. Dejando a su suerte, Moreno podría diseñar un suave aterrizaje para Ecuador, tanto económico como político. ¿Se le permitirá?